Pensamiento

Alargando una mano


La proximidad de la Navidad, del fin de año y del nuevo año, de ese "combo" al que la costumbre decidió bautizar como "las Fiestas", nos obliga al apuradísimo balance de qué se hizo, qué falta hacer y, de paso, pensar qué cosas tenemos pensadas para el año que viene, como quien se asoma por el ventiluz para ver qué hay del otro lado.

En el fondo, los mortales nos aferramos cada uno a nuestro gran anhelo personal y cuando avizoramos que el calendario está llegando a su fin, nos empezamos a alterar sin saber muy bien por qué. Por un lado, nos agarra la desesperación por lo no conseguido, por el tiempo que nos faltó y las ganas que se nos escurrieron. Por el otro, nos renace de lo más profundo de nuestra condición humana las ganas de querer hasta al más intolerable compañero de trabajo, de oficina, de cola en el banco. Diciembre, tenemos la sensación, nos vuelve un poco más buenos, al menos por unas semanas al año.

Quien tiene un cachito así de fe sabe que la Navidad es algo más lindo que comprar regalos y planificar la comilona. Sabe que más allá de las Instituciones y los ritos, la Navidad es la Natividad de Dios. Y si cada nacimiento en nuestro entorno nos recuerda que alguna vez fuimos también pequeños, casi, casi, este tiempo que vivimos nos invita a empezar de nuevo en ese intento por ayudar a construir una sociedad distinta. Desde el compromiso familiar, político o social. Pero tomando un envión tan poderoso que no nos frene ni siquiera la más espesa y turbia de las realidades y, ya que estamos, alargándole una mano a alguno que la necesite.

Diciembre 2008