Pensamiento

Anónimos trascendentes


Tal vez nunca sabremos, a ciencia cierta, cuántas víctimas fatales dejará entre los argentinos el virus de Influenza A H1-N1, causante de la también llamada gripe porcina. Como legos que somos en la materia, escuchamos una y otra campana y nos debatimos entre quienes aseguran la existencia de la pandemia como un hecho irrefutable y los otros, los que sostienen que es todo una gran mentira para beneficio económico de los laboratorios de especialidades medicinales.

En verdad, apostamos a la cruda realidad de que la pandemia existe, aunque no nos arriesgarnos a dar crédito a una u otra estadística emanada por los medios oficiales y los no oficiales: simplemente pensamos que quien reconoce un serio problema que está bajo su responsabilidad, no suele admitir la verdadera magnitud del mismo, tal vez porque simplemente no alcanza a dimensionarlo en su totalidad.

La presencia del dengue y la fiebre amarilla eran de tal gravedad en el nordeste en cierto momento del año pasado que figuraban como zonas rojas en el mapa sanitario del Ministerio de Salud de la Nación; sólo que no se lo daba a conocer y así parecía que el problema no existía.

La historia da cuenta de sendas epidemias de males tales como la fiebre amarilla, la viruela, el tifus, el sarampión, la fiebre tifoidea, la lepra, el cólera, la disentería y meningitis cerebroespinal en los primeros siglos de historia de esta parte del Continente. En los inicios de la década de 1870, la epidemia de fiebre amarilla acabó con más del 8% de la población de Buenos Aires. Treinta años después se descubrió al mosquito anopheles Aedes como su principal transmisor y entonces ya no quedaron excusas: una inversión mayúscula comenzó y acabó la construcción de los desagües cloacales de la ciudad. Una obra pública como respuesta a un problema de salud. Miles de anónimas víctimas que sólo trascendieron como sumatoria de casos, fueron el alto precio que costaron las pasadas epidemias.

Hoy impera el relevamiento de qué poblaciones carecen de cloacas y de centros de salud suficientes para enfrentar nuevas contingencias sanitarias. Urge encarar políticas de prevención en materia de salud, lo que incluye también contenidos en los programas de educación como respuesta a eventuales epidemias.

No podemos seguir inmolando víctimas anónimas e indefensas, que ofrendaron su vida no en defensa de la soberanía, sino como carne de cañón de una política sanitaria en franco retroceso.

Julio 2009