Legado
Sor María Ludovica:
Una beata en el pueblo


Artífice de la grandeza del Hospital de Niños de La Plata,
la beata hermana Ludovica De Ángelis tuvo mucho que ver
con la historia de nuestra localidad.


Tiene nombre de hospital. Al menos para quienes estamos acostumbrados a concurrir o escuchar hablar del Hospital de Niños de La Plata. Para más datos, fue declarada beata en virtud de un milagro atribuido a su intercesión luego de su muerte. Y si algo material nos ha dejado a los citybellenses la hermana María Ludovica, además de su inabarcable pastoral, es la construcción de la iglesia Sagrado Corazón de Jesús, más conocida como "del padre Dardi", la de las calles 21 y Rivadavia. O Calles Padre Dardi y, precisamente, Sor María Ludovica, como por ordenanza del Consejo Deliberante pasaron a llamarse en un tramo de su recorrido ambas arterias.

De la campiña italiana

Había nacido el 24 de octubre de 1880 con el nombre de Antonina, en el pueblo montañoso de San Gregorio, en la región de los Abruzos, hija de Ludovico De Ángelis y Santa Colaianni, humildes labradores. Ellos le enseñaron las primeras oraciones e influyeron con su ejemplo en un hogar donde era habitual la oración familiar, la devoción a la Virgen María, la misa dominical, la armonía conyugal y la caridad hacia los pobres.

Sin duda que la capacidad que demostraría para manejar el hospital la había adquirido en su hogar. Desde chica tuvo que ayudar a la madre en el cuidado de los hermanos. Ya adolescente colaboró con su padre en las tareas agrícolas, como el cuidado de los animales, el cultivo del campo, las podas de viñedos y olivos y todas las tareas propias de la vida rural.


Además era una chica atractiva, y todas estas virtudes eran muy consideradas por los jóvenes de su pueblo cuando de noviar se trataba. Pero Antonina demostró desde su juventud una inclinación para ayudar a la gente necesitada de su familia y de su pueblo.


Un alambrado, un portón y dos salas

El párroco del lugar fue su confidente, y el hombre que descubrió la vocación que anidaba en el corazón de la joven. La propia hermana del cura y otra joven, se habían consagrado ya como religiosas entre las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia.

El 14 de noviembre de 1904 Antonina ingresó al noviciado de las Hijas de la Misericordia y en mayo del año siguiente vistió el hábito religioso con el nombre de Ludovica. El 3 de mayo de 1906 hizo sus votos de pobreza, obediencia y castidad; en un acto solemne que casi siempre se comparte con la alegría de sus seres queridos, Ludovica estuvo sola.

En 1907 fue enviada junto con otras cuatro religiosas a la Argentina. A principios de 1908 Ludovica llegó a La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, fundada hacía apenas veintiséis años. Estaba asignada al Hospital de Niños, que por ese entonces era un alambrado, un portón y dos salas de madera con capacidad para sesenta camas.


Una gigantesca labor

Sor Ludovica trabajó en la cocina del hospital hasta que por pedido del director fue promovida al cargo de administradora. La joven religiosa no creía tener las aptitudes necesarias para asumirlo. Se consideraba una mujer de escasa cultura y preparación y por lo tanto mal podría encarar tanta responsabilidad; además, sabía de sus dificultades para expresarse correctamente en castellano. Pero se le insistió de tal forma que finalmente sor Ludovica aceptó.

Al asumir su cargo encaró una paulatina ampliación del edificio y para lograrlo visitaba familias, tiendas, almacenes y granjas, solicitando la donación en dinero o en especie para los niños enfermos. Con donaciones, rifas y festivales inició esa gigantesca labor edilicia que sólo acabaría con su muerte.

En 1925 el Hospital pasó a depender del Gobierno. Sor Ludovica se hizo portavoz de las necesidades de los niños y de las nuevas exigencias que reclamaba el progreso. Así se fueron incorporando pabellones nuevos, equipos modernos y tecnología de avanzada en las prestaciones.

Y el dinero que llegaba a las manos de sor Ludovica se asemejaba a la multiplicación evangélica de los panes, porque lo que recibía era administrado con tal cuidado que siempre servía para adquirir más cosas de las que se habían previsto. El hospital se había convertido en un hogar, con una madraza que tenía muchísimos hijos.


Un terreno en City Bell

Un cáncer de riñón postró a sor Ludovica. Hubo que operarla y a los pocos meses la enferma ya andaba correteando nuevamente por los pasillos del Hospital. La operación le dejó secuelas que se habrían de manifestar en malestares generales, dolor de cabeza, insomnios, hemorragia, hinchazón en las piernas que ella habría de sobrellevar para atender a sus hijitos.

Reinstalada en el hospital solicitó la cesión de un terreno en City Bell. Le gustaba además el aire puro de la zona y la abundancia de sol, que haría mucho bien a sus pequeños enfermos internados, a quienes llevaría con frecuencia a la quinta para ayudar en su pronta recuperación. Le cedieron una quinta de 47.000 metros cuadrados, que en poco tiempo la religiosa convirtió en un lugar cercado con alambre tejido, levantó un galpón para depósito, construyó una vivienda para un cuidador y transformó lo que había sido un campo de pastoreo para los caballos de la policía, en una granja que aprovisionaba de verduras y frutas frescas al hospital. Sumó un criadero de gallinas ponedoras y dos incubadoras y también se trajeron cerdos.


Sor María Ludovica y otros feligreses, durante la celebración de Primeras Comuniones en el templo que ella
erigiera en City Bell.

Cuentan que cierto día desconcertó al jefe de Policía cuando se le apersonó a solicitarle el excremento de los caballos de la fuerza, cuyo potrero estaba contiguo al terreno cedido al Hospital, los mismos donde se levanta el barrio Encuentro en Alvear y 19. Ludovica sabía de la importancia del abono natural para las plantaciones que abastecían la cocina del nosocomio mucho antes de la moda por los cultivos orgánicos.

Religiosa al fin, inició una tarea pastoral entre los chacareros vecinos, levantando una gran carpa que fue el centro de las misiones populares y la catequesis. En 1931 emprendió la edificación de un templo, que fue inaugurado en 1939, el cual pasará a la posteridad como "la iglesia del padre Dardi". Hubo bautismos, casamientos, primeras comuniones y confirmaciones tanto de los vecinos del lugar como de la gran familia hospitalaria.


"La iglesia la inauguramos nosotros -aporta, orgulloso, Oscar Marchesotti-. El casero era Incola y plantaba verdura con mi viejo para el Hospital de Niños. Venían dos veces por semana en una camioneta a buscar lo cosechado y huevos. Yo tenía 7 u 8 años y desparramaba los brotes de batata, tomate", dice.

"Mientras terminaban la iglesia nosotros estudiábamos catecismo. Con los tablones de los albañiles nos hacían los asientos. Me acuerdo que estaba casi terminado, y venía la hermanita Graciela y la hermana superiora, que traía una bolsa con escones. Eran unas monjas de oro", señala Marchesotti con emoción.

En 1951 el ministro de Salud, Carlos Boccalandro, preparó un decreto para que el Hospital de Niños llevara el nombre de Sor Ludovica, iniciativa que recibió la aprobación de la comunidad platense. La ejecución del decreto ya promulgado debió sin embargo postergarse hasta la muerte de la religiosa, porque ella no sólo se opuso, sino que afirmó categóricamente que, si se tomaba esa determinación, regresaría a Italia.


La monja en el estaño

La familia Piñero fue siempre de tradición católica, y ello le ha deparado grandes paradojas. "Ludovica -contó en 1997 Daniel Piñero refiriéndose a Sor María- venía muy seguido a la capilla -hoy Sagrado Corazón- y le ayudaba el padre Antonio Razkowski. Y casi siempre pasaba por el almacén de mi suegro a hacer algunas compras y hasta solía almorzar en el despacho de bebidas!".

Esta curiosidad de ver a una monja sentada junto al estaño de un despacho de bebidas tenía lugar nada menos que en la esquina de Cantilo y 21, donde la familia Tomassi tenía su tienda de ramos varios. Y como si ello fuera poco, el padre Razkowski -quien precedió al padre Dardi en la pastoral junto a la hermana De Ángelis- solía dejar en custodia de esta familia el cáliz, el copón y otros ornamentos litúrgicos ante la poca seguridad que la capilla ofrecía en medio del descampado. Un detalle para la anécdota: entrada ya la década del '50 las relaciones entre la Iglesia y el gobierno de Juan Domingo Perón no eran las mejores, y Daniel Piñero era, por ese entonces, un destacado dirigente del peronismo en la zona.

La avanzada edad de la hermana Ludovica, su salud quebrantada y su actividad que no cesó en ningún momento, la llevaron junto al Señor el 25 de febrero de 1962. Juan Pablo II la declaró beata el 3 de octubre de 2004, en tanto prosigue su marcha el proceso para declararla santa. Su fiesta se celebra en coincidencia con el día de su muerte, y una reliquia suya (una falange) se venera en el templo que dejara como legado material en City Bell.