Legado
Cincuenta abrazos


Sentido obsequio de cumpleaños para un querido amigo.


Creo no exagerar si digo que nos conocemos desde hace unos 40 años. Éramos purretes, igual que ahora, con menos kilos y más pelo.

Mi primer registro de compartir algo con vos fue una excursión del Colegio a Buenos Aires -Fragata Sarmiento, Cabildo y demás-, cuando Gabriel y vos estaban, creo, en 4º grado y yo, en 2º. Nuestras madres iban de acompañantes y yo, de colado. Era, creo, 1968.

Luego de eso mi memoria ya nos encuentra siendo un poco más grandecitos, practicando judo, andando en bicicleta, obnubilándonos con el Scalextric.

Y también, claro que sí, compartiendo viajes. Recuerdo el verano del '74, cuando ambas familias coincidimos de vacaciones en Necochea, en hote-les separados por pocas cuadras. Celia siempre se acuerda de una foto -me muero por verla- que nos sacamos los cuatro en la pista de patinaje del por entonces modernoso casino. Claro: ni Celia, ni Gabriel, ni vos, ni yo sabíamos patinar, así que nos agarramos de las manos para no caernos mientras posábamos para la cámara. Pero ni nuestros pies ni los patines aparecen en el cuadro, por lo que sólo se vé a cuatro grandulones de entre 13 y 16 años tomaditos de la mano. Una ternura.

Con seguridad no te habrás olvidado del campamento que hicimos con el Colegio a Sierra de la Ventana en enero del '76. Tenías un brazo enyesado, y la vida en carpa no es fácil así. Si todavía debés tener fideos de la sopa que se te volcó, caliente, por la boca del yeso. Me acuerdo que teníamos los labios partidos y la farmacéutica del pueblo, como no tenía manteca de cacao, nos quería vender rouge. ¿Te imaginás a nosotros dos volviendo al campamento con los labios pintados? En aquellos años, algo impensable...

Y luego, si mal no recuerdo, anduvimos por Mendoza, por Tucumán y por Uruguay, con mis viejos; creo que te portaste bien...

Pero lo más memorable fueron las grandes travesías en bicicleta: ¡qué lejos quedaban por entonces la rotonda de Alpargatas, 32 y 131, Estancia Chica, ¡el trencito de trocha angosta llegando a Los Porteños! Gabriel y yo, chicquichiquichiqui dándole a las bicicletas multiuso rodado 20 y vos, con tu rodado 28, en dos pedaleadas nos sacabas un cuarto de milla de ventaja. Hacía calor aquella tarde en la entrada de la estancia El Rincón. Una de las caramañolas se había volcado y nos quedaba poca agua. Escuchamos un estruendo y creíamos que venía el tren. Por eso corrimos hasta las vías para ver el prodigio: mecachendié, el ruido no era el tren, sino la tormenta que se nos venía encima. Y el agua que antes faltaba, empezó a sobrarnos, cayendo del cielo.

Pasó aquella época en que te llamábamos pasado el mediodía para hacer algo en la tarde y tu mamá nos decía: "el niño está reposando". ¿Te acordás cuando nos dejaban dormir? Hoy son tantas las cosas que nos quitan el sueño...

No puedo dejar pasar un momento de dificultad y angustia: fuiste uno de los patriotas que marchó al sur en la inminencia de la guerra con Chile por el Canal de Beagle. Esperábamos con ansiedad las noticias a través de tu papá y juro que lloré cuando te vi llegar a paso redoblado con la tropa de la Compañía de Comunicaciones 602; enterito, sano y salvo. Mi amigo se la había bancado, soldado de la Patria, y eso fue para mí una enseñanza de las que no se olvidan.

En aquellos tiempos de la historia también practicábamos judo. Vos seguiste haciéndolo por lustros y yo me cansé en pocos años. Pero el recuerdo viene a cuento porque este lugar donde hoy estamos, este salón de eventos, forma parte del local que el profe estuvo a punto de alquilar para dar clases. Y mientras se hacían las tratativas, algunos alumnos veníamos a ayudar a limpiarlo y acondicionarlo. Carretillas infinitas de talco y carbonilla, infinidad de ojitos en calcomanías, aparatos extrañísimos además de ratas y murciélagos del tamaño de un dinosaurio era lo que había en su interior. Pocos saben que aquí había funcionado la única fábrica de muñecas que hubo en City Bell. Una fábrica de muñecas o de juguetes es, si se quiere, una fábrica de sueños, de ilusiones, de futuro.

Entonces, Alberto, celebrar tus 50 años en un lugar así es, también, mirar hacia los próximos 50. Entre los recuerdos referidos y hoy, en tu vida apareció Lucía, nacieron los hijos; también vimos partir afectos. Por estas cosas de la vida abrazaste en los últimos años la misma causa apostólica a la que te invitábamos a sumarte en aquella época y vos te escabullías con habilidad. Y hoy sucede la inversa; a veces pienso si en realidad, no estaba escrito que vos tomarías la posta cuando nosotros la dejáramos. Paradojas de la vida, antes, cuando a nuestras casas las separaban unas diez cuadras, nos veíamos con asiduidad. Hoy vivimos a menos de una cuadra, y no nos vemos casi nunca. Pero ambos sabemos cuánto afecto nos une.

Querido Alberto, es cruel decirlo, pero sos casi trece meses más viejo que yo. Una eternidad. Por eso, en nombre de "los tres de la esquina", aquí van cincuenta abrazos, uno por cada año, por todos y cada uno de los recuerdos, por todos y cada uno de los momentos compartidos en la cercanía y también en la distancia.
Te quiero mucho y te abrazo cincuenta veces. Y un poco más.