Conversaciones
Ladrillo sobre ladrillo


La historia de la familia Carnevale penetra en la tierra de City Bell
desde el momento mismo del nacimiento del pueblo.
Y no es una metáfora ni un juego de palabras.


Así, ladrillo sobre ladrillo, parece haberse construido la historia de los Carnevale en City Bell. "Yo me enteré por Moncaut que mi abuelo había sido el primer arrendatario", confió una vez a este conista Eusebio Carnevale, el nieto del otro Eusebio Carnevale, aquel ladrillero que se vino desde San Vicente decidido a cambiar su actividad porque allá se habían agotado las tierras; que puso un horno por la zona lindera al arroyo del Gato justo cuando estalló la primera guerra mundial y se paró la construcción, y que optó por City Bell porque acá ofrecían quintas para el cultivo.

"Viene para City Bell, habla con el administrador, don Tobías, y le comenta que los ladrillos no se podían vender, porque no había trabajo -relata Eusebio, el nieto-. Entonces don Tobías le ofrece alquilarle una fracción para horno de ladrillos".

"Usted, cuando me la deja, me la deja sembrada con avena", dice que le dijo don Büchele, y Carnevale no entendía nada: no veía en lo que le alcanzaba la vista un solo cliente al que ofrecerle ladrillos. Pero el administrador de la Sociedad Anónima City Bell lo tranquilizó: "Acá va a haber demanda, porque vamos a empezar a construir chalets".

Ladrillos autóctonos

Esto ocurrió en 1914, época en la que lo único que se había edificado en el pueblo naciente era la casa de Cantilo y 7 -administración de la Sociedad Anónima- y el tanque de agua corriente, pero es evidente que la construcción de los chalets era una idea bastante avanzada. Y el nieto del ladrillero aporta un detalle: "Evidentemente la casa de Cantilo y 7 está hecha con ladrillos hechos por mi abuelo, que en esa época eran de unos 30 x 15 centímetros".

Las tierras arrendadas por don Eusebio estaban comprendidas entre las calles Cantilo y 11, y entre el camino Belgrano y la Avenida 5ª de circunvalación (permítase el comentario chorreado de emoción, pero la casualidad -dicen que la causalidad- quiso que sobre el filo de esta parcela acabara viviendo el cronista y escribiendo esta crónica). Se trababa de 5 hectáreas que para 1924 ya estaban agotadas, porque para esa época los Carnevale vivían ya en Villa Elisa, fabricando ladrillos donde hoy se levanta el club Curuzú Cuatiá, lo que da una idea del impulso que la construcción estaba teniendo en el nuevo City Bell.

"Ahí nací yo -recuerda Eusebio, el nieto de Eusebio e hijo de Santiago-, en una casita de horno de ladrillos: barro y ladrillo común, muy precaria. En 1925, cuando yo tenía 6 meses, me trajeron a vivir a City Bell, a las 20 hectáreas que compraron, en la misma zona donde antes habían arrendado. Y así como compró mi abuelo Carnevale, compró mi otro abuelo, Papani, entre 11 y 9 y entre camino Belgrano y 27. Después vinieron los Zambano; todos hacían ladrillos, así que los ladrillos de los primeros chalets de City Bell fueron de acá".


Don Santiago Carnevale.
Habitante pionero.


Gran remate gran

Eusebio Carnevale conserva un catálogo del año 1948 de J. C. Thill y Cia. que anuncia el remate de "las conocidas tierras de Carnevale" sobre el kilómetro 10 del camino General Belgrano, "una ubicación interesante", remarca. Se trataba de "266 fracciones de 400 a 900 metros, con macadam pago y luz eléctrica al frente", que se ofrecían con una "base de $ 3.- a $ 8.- por mes", y la cita era el domingo 21 de noviembre a las 16 horas.

Las condiciones de venta rezaban textualmente: "En 120 mensualidades sin interés. El comprador abonará en el acto de la compra 3 cuotas, 2% de comisión y $ 5.- del sellado, debiendo pagar a los 30 días en n/ escritorios, otras 3 cuotas más, escriturándose entre los 90 y 120 días ante el Escribano Sr. Enrique Guido como condición de venta, aunque el adquiriente compre al contado. Impuestos generales pagos. Pavimentos del camino Gral. Belgrano y calle 11 totalmente pagos. Títulos perfectos. Los lotes se entregan debidamente amojonados, debiendo comenzar el pago mensual al darse la posesión de los mismos".

"El remate anduvo muy bien y dio origen al progreso de esta zona -dice Carnevale respecto de lo que se conoció luego como barrio "El Ombú"-. Había una disposición que había que dejar una fracción de tierra o lotes para reserva fiscal. Quedaron cuatro lotes donde está la escuela 117 ahora. Tuvimos la suerte de que hubiera un vecino llamado Albert Gelves a través de quien gestionamos se hiciera una escuelita, que fue escuela rural, con dos aulas, dirección y baño. Después se hizo la cooperadora y se hizo una obra más importante. Pero ahí ya tuvimos apoyo del gobierno de Anselmo Marini".

En agosto de 2000, Eusebio Carnevale confiaba a este cronista que se crió "en este barrio con los chicos de la zona, todos de condición humilde, familias trabajadoras de la tierra, un gran compañerismo. Tuve la suerte de inaugurar la escuela 12, porque empecé a ir en 1932, cuando se habilitó el edificio". Para seguir quinto grado había que ir hasta Villa Elisa, y por entonces no había ómnibus. "Mi padre (Santiago Carnevale, figura notoria de los tiempos de la fundación del pueblo), tenía un Ford A, pero no estaban las condiciones como para estar sacándolo todos los días". Eran los años 1932/33 de la gran crisis "y había que ahorrar al máximo".

Entonces lo ponen pupilo en el Sagrado Corazón de La Plata, pero por los malos resultados más un nuevo servicio de micros mediante, "me empezaron a llevar a Villa Elisa. Al poco tiempo de estar, yo era el mejor del grado. Evidentemente, en La Plata yo aprendía, pero estaba estresado".

La imaginación del poeta

El propio relato trae a la memoria de Eusebio el recuerdo de quien sería un notable en las letras argentinas: Roberto Themis Speroni. "Con él estuvimos 2º, 3º y 4º grado juntos. Coincide que 5º y 6º él va también al Sagrado Corazón, pero externo. Y luego en la escuela industrial nos volvemos a encontrar, aunque no en la misma división. Era un personaje muy especial. Ya había nacido con algo relacionado con el arte, porque era un gran dibujante. Y pienso que mi inclinación por el arte y el dibujo, tal vez vino porque me llamaba la atención cómo él dibujaba y yo quería hacerlo igual. Pero él salió poeta, inventaba historias. En esa época estaba de moda Tarzán, por radio, y él empezó a promover un viaje al África para conocerlo. Un buen día faltan dos muchachos de City Bell, desaparecen. Uno se llamaba Dezza y el otro Cifuentes. Todos buscándolos, porque no aparecían. Al día siguiente llaman por teléfono de la prefectura de Ensenada avisando que había dos chicos de City Bell que estaban esperando un barco para irse al África".

Los carteles

Desde hace más de un cuarto de siglo, el nombre de Carnevale Publicidad aparece tímidamente frente al obelisco porteño, en los carteles de la multinacional Coca Cola. Una ubicación estratégica que recorre el mundo en fotografías y publicaciones y que pocos saben que ostenta letreros made in City Bell. Una historia que tuvo en esa misma esquina un antecedente en 1955 con una firma de casimires que contrató un letrero en un balcón.


Eusebio Carnevale, testimonio vivo.

Hecho el servicio militar, "empecé a trabajar en Transradio, como tornero -prosigue-. A los pocos meses me llevan a trabajar al laboratorio junto con un vidriero aparatista de apellido Bianchi, en un proyecto de una lámpara de rayos X que estaban haciendo. Este hombre era muy buen vidriero, especialista en neón, pero cuando el jefe se fue, quedó en banda porque no se siguió con el proyecto. Y entró a trabajar en La Plata en una fábrica de letreros luminosos. Un buen día me propone montar juntos un tallercito y empezamos a fabricar tubos de neón y luego, letreros". La pequeña empresa fue creciendo y así llegaron los letreros para Cinzano y Otard Dupuy. "Un buen día me dijeron si me animaba a Mar del Plata. De ahí surgió hacer letreros de ruta y nos fuimos ampliando".

Con ocho décadas de vida plenas de actividad, Eusebio Carnevale confiesa que hijos y nietos lo cuidan bastante. "Dicen que no me sube bien el agua al tanque", sonríe, y se entusiasma en el relato.

"Ahora estoy dedicándome a pintar acuarelas. Estoy haciendo motivos del City Bell viejo.
El primero fue inventivo, lo demás lo estoy haciendo en base a fotos de diarios". Y muestra, como para terminar, lo que su imaginación y su recuerdo le dictan del horno de su abuelo, el tanque de agua, la vieja usina de calle 5, entre otros paisajes de ese City Bell que su familia construyó, ladrillo sobre ladrillo.