Conversaciones
Alberto Guglielmino o
la pasión del jazz


¿Para qué sirve la música?
"Para alimentar el alma. Si vos supieras lo que se siente"…


Para Alberto Guglielmino (64), la música es alimento para el espíritu, según dice. Por eso debe tener el alma rechoncha, teniendo en cuenta que hace casi sesenta años que se sienta cada día frente al piano y se deja llevar por los caminos de la inspiración.


De la cuna al piano


"Cuando yo era chico, en mi casa había piano. Yo tengo una hermana que me lleva algunos años, y había estudiado piano. Y tuve un hermano al que no conocí (murió a los 15 años, antes de que yo naciera) y que tocaba de oído; tenía muchas condiciones. Es el único antecedente artístico en la familia", cuenta en su casa de la calle 8, la misma por la que pasaron y pasan tantos pibes que quieren aprender a tocar la guitarra o el piano en City Bell. Porque en los años '60 y '70, quien quería aprender a tocar un instrumento sin salir del pueblo, casi con seguridad iba a lo de Delia y Héctor Pedutto o a lo de Alberto Guglielmino, entre otras pocas opciones. Eran, de alguna manera, otro elemento de polarización, como quienes vivían de este o el otro lado de la Plaza Belgrano, los que preferían el Club Atlético o el Juvenil, los que iban al Esquiú-San Blas o al Estrada, etcétera.

"Así que siendo chico, cuando yo me levantaba, lo primero que hacía era ir al piano". Claro, eran tiempos en que no había computadora ni Play Stations. En ese tiempo la familia vivía en Pehuajó, "en una época en la que no había el acceso a la música que hay ahora, que prendés la radio y escuchás, o ponés un disco y escuchás… nada. Para escuchar, tenías que ir a escuchar a alguna parte: la iglesia, un casamiento, o algún acto del Colegio Nacional que es donde iba mi hermana. Por eso tocaba muy elementalmente el Himno Nacional. También la Marcha Nupcial… cosas así que iba sacando. Y mis padres vieron que yo tenía condiciones para la música. Por eso pienso que fui tocado por la varita mágica en el sentido de que en casa había un instrumento. Cuántos casos de músicos habrá en que no tenían un instrumento para volcar ese don natural. Yo por suerte siempre lo tuve y mis padres vieron una condición natural".

Músico precoz

Así, en la ciudad que hizo famosa la tortuga Manuelita, el niñito Alberto recibió sus primeras lecciones de piano: "Yo fui primero a aprender piano y después fui a la escuela -dice-. A los 5 años ya fui a una profesora cerquita de casa, y aprendía con mucha facilidad. Y hasta compuse algunas cancioncitas. A la primera, mi hermana me dijo que le pusiera "Arroyito del norte".

A los 7 u 8 años fue muy influenciado por el folklore. Su hermana tenía una peña que se llamaba "El Cimarrón" y allí ha de haber estrenado sus primeras composiciones: zambas, chacareras, gatos, porque además del estudio clásico, usaba un libro de Andrés Chazarreta con todos sus temas tradicionales.

Con el colegio primario terminado en Pehuajó, la familia se trasladó a City Bell cuando Alberto estaba por entrar al secundario. "Sin saber que estaba la Escuela de Bellas Artes di examen en el Colegio Nacional y salí bien. Mi mamá se entera de que existe la Escuela de Bellas Artes y en marzo del '58 rendí el examen de piano y entré. Una de las profesoras que me escuchó me pidió como alumno, pero creo que no le rendí lo que ella esperaba porque soy un tipo muy espontáneo y creativo para tocar, y me salen las cosas muy fáciles. Entonces no fui un gran estudioso del piano, como ella esperaba. Fui estudioso, pero a mi manera. Por eso no me dediqué a la música clásica; no porque no me gustara, sino porque me requería más horas de estudio que la música popular, que me brotaba naturalmente.
Igual me recibí de profesor superior de piano en la Escuela de Bellas Artes".

Aquellos convulsionados y revolucionarios años '60 fueron tierra fértil para la popularización de la guitarra: peñas, guitarreadas, folklore y un rock nacional en ebullición hicieron que muchos se le animaran a las cuerdas. "Tomé la guitarra y empecé a incursionar también en ese instrumento. Y descubrí que toda la armonía que conocía la podía aplicar en la guitarra. Por eso mi enseñanza de guitarra nunca ha sido por música sino por armonía. Y tuve muchos alumnos en City Bell. A los 18 empecé a enseñar, cuando la guitarra estaba muy de moda, no tanto como el piano. Tuve pilones de alumnos, todos con la 'Zamba de mi esperanza', 'El arriero', todas esas zambas".

Empieza el show

Un año después Guglielmino comenzó con sus primeras actuaciones. "Empecé a tocar en los bailes haciendo música tropical. Y no he parado hasta ahora. Desde 1964 he tenido conjuntos y también he tocado solo. Por ejemplo, en Mapuches estuve casi tres años tocando solo; en el Colt Club de La Plata, estuve tocando solo. En la época de la música pop he tenido conjuntos de música pop, he acompañado a cantantes extranjeros haciendo giras… Y con el grupo que estoy ahora, el Sexteto de Jazz La Plata, de Mingo Martino, ya hace 22 años que estoy".

Entre medio, el maestro Alberto Guglielmino hizo una carrera en el Banco Provincia, donde se jubiló a los 57 años con 33 de banco. "Me adapté. Encontré que trabajando ahí podía tener cierta seguridad económica, acceso a crédito para vivienda, y pude seguir a la par con la música: no la dejé nunca ni la puse por delante de mi obligación laboral".

El talento musical de Alberto empezó a ser reconocido desde joven: "Empecé a musicalizar poemas a Elba Ricciardi de Cerrudo. Y con una vidalita llamada 'Cuando ayer te dije', ganamos el 3º Festival de Folklore Sureño en Pehuajó. Yo tenía 22, 23 años. Después me vuelco al jazz, que ya me gustaba en ese momento. Pero era la época de gran influencia del folklore, entonces me vuelco a componer muchos temas en ese estilo, la letra y la música. Y también íbamos a las peñas -a veces a actuar, a veces a tomar vino y comer empanadas- y a los bailes: era una época en que se hacían muchos bailes en La Plata y toda la zona. Pero cuando yo arranco con esto, 1964-65, ya los clubes de City Bell prácticamente no organizaban nada, así que nunca he tocado ahí. Al Atlético iba a bailar en grupo, con toda la barra de City Bell, que era tan linda, era fantástica".


Aquellos jóvenes

El pueblo de aquellos años era pródigo en jóvenes. Las jóvenes familias afincadas en las décadas previas se habían agrandado y sus hijos disfrutaban de la tranquilidad de entonces.

"¿Escuchaste hablar del 'Círculo Social Lagrave', que armamos nosotros? City Bell empezaba a bullir con todo un grupo de juventud y subgrupos, que en definitiva éramos todos amigotes, y cada uno tendía sus íntimos, su grupito. En uno de esos grupitos, surgió la idea de armar un club privado… Pata Lagrave, Carlitos Alconada, Atilio Spasoff, Sergio Di Lorenzo, Carlos Ricardo Echagüe, Cali Navas, el Negro Martínez, el Tano Claudio Batistti, Carlitos Martínez, Chicatún… qué se yo, ahora estoy medio desmemoriado… En ese entonces, donde funcionaba el cine (Cantilo entre 1 y 2), se alquiló el salón de arriba; y como los Lagrave tenían en La Plata casa de repuestos de autos y tenían un club de fútbol con personería jurídica, se aprovechó esto para hacer el 'Círculo Social Lagrave', con personería jurídica y todo. Ahí recalábamos todos. Hacíamos baile los sábados, durante la semana íbamos a jugar al ajedrez, a las cartas, contar chistes… Armábamos unas fiestas fenómenas…Y venían de La Plata y de Villa Elisa, donde también se armó un club con el que había como una competencia, a ver quién tenía más éxito. Y hacíamos fechorías, también".

Fechorías cuyo relato callamos, a pedido del interesado. Digamos, en todo caso, que en aquel pueblo con casas de cercos bajos, era comían que los sillones de jardín cambiaran de una casa a otra, que en alguna heladera puesta en una galería apareciera un enanito de jardín birlado a un vecino, que en algún baile se desatara la batahola con la irrupción de sapos o gallinas. Cosas de chicos, que se dice, sobre todo comparado con las pillerías que suelen hacerse hoy día.

Y en ese mismo y apacible City Bell funcionó por entonces la primera casa de té del pueblo después de la que en tiempos fundacionales ocupara la casona del actual Club Atlético. "Los Degreff, allá por el año 61, 62, hicieron abrieron una casa de té en 8 entre Pellegrini y Güemes y yo tocaba el piano ahí -recuerda Guglielmino-. Tenían un living comedor muy grande con un piano. Era muy lindo, porque en esa época City Bell era muy íntimo. Y sábados y domingos a la tarde, se podía ir a tomar el té a lo de Degreff, con tortas alemanas y esas cosas".

El pianista

Si bien hace más de cuarenta años que Alberto Guglielmino es músico, nunca se propuso que la música fuera su medio de vida. "No tengo espíritu aventurero, soy familiero. Tuve propuestas para hacerlo, para irme a trabajar a otro país, pero nunca tuve ese espíritu de decir 'arranco y que sea lo que Dios quiera'", dice quien desde hace 22 años es pianista del Sexteto de Jazz La Plata liderado por el legendario Mingo Martino; que además ha acompañado a figuras de fuste internacional (los memoriosos lo recordarán acompañando, en los principios de los '80 a Juan Carlos y su Rumba Flamenca en televisión y escenarios porteños como el Hotel Sheraton); que arma un dúo de antología con Jorge Curubeto, y quien además es habitué de los barcitos de la diagonal Jorge Bell como partenaire instrumental de las vocalistas Graciela Chambó y Cristina Heras.
Amante del Jazz, Alberto reconoce que a lo largo de los años ha integrado conjuntos tropicales, de folklore y de música pop, que ha acompañado y acompaña a cantantes de tango, y que ya no recuerda la cantidad de formaciones que integró. Porque lo importante para él, según parece, es la música. ¿Para qué sirve la música?


"Para alimentar el alma. Si vos supieras lo que se siente… Por ahí, el que practica deporte, siente lo que los músicos sentimos frente al instrumento haciendo eso que nos gusta. Es un alimento espiritual. Es como una terapia. Todos tenemos vicisitudes en la vida, cosas que pasan, que nos pasan a todos; pero el que tiene un refugio en algo relacionado con el arte sobrelleva mejor las cosas. La música es un gran alimento, te sentís muy bien".

El jazz

Guglielmino dice que echó raíces en el jazz porque "me da una libertad musical que no encuentro en otros ritmos. El tango es muy rico musicalmente, pero no te da la libertad de volar, de improvisar tocando lo que sentís en ese momento. Yo me siento a tocar todo lo estructurado de un tema, pero después le pongo todo lo que me brota en ese momento. Y eso es el jazz: la libertad de decir en el momento en que lo estás haciendo, todo lo que te brota y te nace. Y eso es arte, el arte más abstracto, porque así como lo tocás se va, no lo podés retener, salvo que lo grabes. Mientras que una pintura, queda; un poema, queda; una escultura, queda. La música,"tiinnnn" y se fue, es volátil. Lógicamente podés escribirla. Pero una creatividad de jazz que yo te puedo tocar en este momento, se fue".
Gira en su asiento. Posa con suavidad sus dedos sobre el teclado y desgrana un rosario de compases cargados de swing. "Esto que toque no sé qué es. Es irrepetible, porque sé con qué arranqué, pero no sé cómo. No la puedo volver a repetir, es ese momento", reafirma.

"Es arte y uno se siente muy bien haciéndolo, aunque la otra persona no lo entienda o no lo valore. Pero esa persona percibió lo que vos hiciste. Por eso me gusta subir al escenario, porque es todo un desafío. Un desafío de adónde voy a meter las manos. Yo nunca sé dónde voy a poner mis manos en el 'dientudo' para empezar a tocar. Es el gran desafío: el momento en que hago 'plin plin plin' y va a salir algo que no sé qué es".

Y, como improvisando sobre el teclado, pasa a hablar brevemente de su tío, el legendario Abel Guglielmino, el que comprara y atendiera por años la que fue la primera farmacia del pueblo. Dice que eran muy compañeros, casi compinches. Seguramente no habrá escatimado halagos hacia su sobrino, el que toca tan bien el piano, el que alimenta el alma con la música, un poco de swing y otro de scat.