Conversaciones
Juan Negro:
Casi, casi, un adelantado


Vivió en lotes de un country antes de que los countries se inventaran.
Y se hizo su radio portátil sin transistores no mucho después de que los japoneses invadieran el mundo con sus miniaturas.


Quién iba a decir, en aquel tiempo, que el paisaje sería tan otro. Si era casi todo horizonte para donde se mirara. La única casa cercana, en el barrio Los Porteños, era aquella blanquita, apostada en la lomada...

Juan Felipe Negro -su primer nombre y su apellido podrían ser arquetípicos de cualquier argentino- tenía 2 años por entonces y vivió allí hasta los 12. Su papá trabajaba en O'Grady, el laboratorio de especialidades avícolas que por años funcionó sobre la calle 11, antes de llegar a la calle que supo llamarse José Hernández (y hoy es la 138) y llevaba, arroyo mediante, a Gorina. Allí en la zona vivían los Casaca, y no por capricho Victoria, una joven de esa familia, acabó casándose con Juan.

O'Grady era propietario de las tierras que, cruzando la calle 11 y las vías del Ferrocarril Provincial, se extendían linderas a éstas. Para ubicarnos mejor hay que decir que, años más tarde, ese campo fue propiedad de Ripoll, una familia elaboradora de conservas de tomate cuya planta industrial estaba en Los Hornos. Unos quince años atrás, Raúl Ripoll daba un golpe de timón a sus negocios y al destino de esa propiedad, para dar lugar al asentamiento de un country club.

El propio laboratorio de O'Grady a fines de los '60 se convirtió en Pfizer para desaparecer luego, techos de los galpones incluidos, y ser adquirido el inmueble por un club de la comunidad israelita.

Volvamos a los recuerdos de Juan Negro: "Los vecinos eran Rossi, Risso, Bonessi… todos eran lecheros". Los Porteños era, por entonces, puro campo, ramalazo de la estancia El Ombú, de la familia Bell. "Después llegaron los inmigrantes portugueses e italianos y llenaron todo de quintas -dice-. Pero los hijos de esos inmigrantes casi no siguieron con los cultivos y entonces empezaron a asentarse los japoneses, con sus invernáculos de flores".

Por aquellos años de inviernos impíos, la chiquilinada debía ir a la escuela a Gorina. Por supuesto que a pie… ida y vuelta. "A veces íbamos con la helada y cuando volvíamos, todavía no se había derretido".

Con los doce años cumplidos y la escuela terminada, no había plata en la casa de los Negro para que Juan siguiera estudiando. Entonces su papá le ofrece hacer un curso de radio por correspondencia, en el por entonces prestigiosísimo "Radio Instituto", uno de los tantos que ofrecían en las revistas de la época la oportunidad de estudiar un oficio por vía postal. Eso, y su curiosidad infinita volcada a la técnica, lo hicieron un visionario.

Residente en Villa Elisa hoy, es uno de los pocos técnicos que sigue volcando su pasión en viejos equipos de radio y tocadiscos. Su taller es una mezcla de museo y hospital de la vieja electrónica, aquella previa a los transistores en que los aparatos funcionaban con válvulas y a los tocadiscos se los llamaba "combinados".

Juan tiene actualmente 69 años, así que cuando hablamos de sus primeros pasos en el oficio nos estamos remontando a los inicios de los años '50. "Empecé con una radio a galena. Vivía en un rancho (una casa de ladrillo pero asentada en barro), típica casa con galería y tres habitaciones en fila: en una dormían mis padres, en la otra nosotros y la tercera era la cocina, con una mesa de madera, una chapa a modo de mesada y un fogón a leña". Allí, en esa casa típica de la época en las familias construidas sobre el esfuerzo diario, se gestaba la curiosidad por la técnica del pequeño Juan.

"Me había hecho una radio a galena con una antena que salía el molino. Eran dos alambres y dos palos de escoba, como a mí se me había ocurrido, nada más. Pero eso se cargaba de estática. Una noche se ve que había mucha estática y se empezaron a sentir ruidos. Me levanto, y veo chispazos… Entonces se me ocurrió cargar una de esas pilas grandotas que usaban antes los teléfonos y cuando me acerco a la antena… me dio una patada que terminé escondido debajo de la cama…"

Lo cierto es que tras esa experiencia Juan no imaginaba que iba a acabar siendo, años después, uno de los fundadores del Radio Club City Bell. "En calle 11 y Centenario vivía Emilio Vidal, que tenía mi misma edad pero era radioaficionado y tenía licencia. En la casa tenía un equipo para salir en la banda de 80 metros, y ahí empecé a interesarme en el tema. Con él hicimos una radio a galena portátil: bobinamos cable alrededor de una caña que medía como 4 metros y eso lo usábamos de antena. Y salíamos a caminar con eso, escuchando radio".

Vale decir que para la época, el invento era bastante revolucionario; aún no existían el walk-man, ni el mp3 ni los celulares con reproductor de radio o música. Y eso no fue todo: "Después armamos un amplificador de unos 12 vatios, alimentado con una batería, que acoplado a una Victrola modificada, usaban en Los Porteños para pasar música en los bailes".

Negro va mechando recuerdos. Evoca a Risso, encargado de mantener el buen estado de la calle 11 de tierra, dotado de no mucho más que un caballo y una rastra, y que ponía empeño y buena voluntad, además de fuerza, hasta para reemplazar los caños de desagüe rotos, sin la ayuda de nadie más.

Recuerda, también, las maniobras militares que se realizaban en la zona con vivacs instalados en el arroyo Rodríguez, el Carnaval y en Los Porteños.

Finalmente, la memoria de Juan Felipe Negro recala en Transradio Internacional, un consorcio multinacional que desde los primeros años del siglo operaba las comunicaciones entre Argentina y el mundo, con dos plantas: la transmisora en Monte Grande, y la receptora en el límite entre Villa Elisa y City Bell, terrenos que actualmente ocupa el Parque Ecológico municipal.

"Se eligió este lugar -explica- porque es bajo, húmedo y salitroso, condiciones casi ideales para una buena propagación de las ondas. Las antenas alcanzaban los 90 metros de alto, aunque dicen que las de Monte Grande podían alcanzar los 300. Acá estaban los talleres de fabricación de transmisores, de cristales, laboratorio…"

De Transradio nos ocuparemos en otra nota, pero cabe acotar que el complejo funcionó hasta poco después de la inauguración de la estación terrena de Balcarce, en 1969, entrada de nuestro país al mundo de las comunicaciones satelitales.

Juan se explaya en especificaciones técnicas, y se lamenta que todo haya sido desmantelado. "De los 70 transmisores que había en funcionamiento, deberían haber dejado por lo menos 10, para cualquier eventualidad", acota.

Y aunque dice que él no es importante y por lo tanto no quiere fotos, sonríe con nostalgia, junto a viejos equipos de radio que esperan pacientemente la llegada de algún repuesto que ya no se fabrica y se hace difícil de reponer. "Podría ponerles otra cosa, pero ya no sería lo mismo. Tienen que quedar originales", remarca, mientas conecta una vieja radio a válvulas que tarda en encenderse, pero se hará oír como las nuevas.