Cuarto de huéspedes
La juntada del viernes
Escribe José Defranco

 


Al fin había llegado el viernes. Ya no aguantaba más estar ahí en ese horrible lugar, todos amontonados, cagados de calor. Encima no nos llegaba el aire acondicionado donde estaba con el resto de los compañeros. Siempre los del piso de arriba eran los más frescos. Pero claro, abajo no llegaba el aire y prácticamente se nos fermentaba la sangre del calor. Con suerte te pegabas una refrescada cuando venía Raulito con el balde de limpieza y salpicaba un poco el piso.
Pero aquel día ya estaba. Ya era viernes y venían los muchachos. Me pasaron a buscar por donde siempre, primer piso a la derecha, enfrente de donde viven las rubias. Lo que estaban esas rubias. No eran de acá, venían de alguna parte de Alemania que ya no recuerdo el nombre. Ellas si que la pasaban bien. Sobre todo los días de verano. Tenían un aire que era una heladera te diría.
En el auto los muchachos iban como siempre (o eso supuse). El estéreo al palo, escuchando esa nueva música que escucha la juventud ahora. A mí nunca me gusto esa música. Yo siempre fui del tipo más "intelectual", por así decirlo. No es que me crea más que el resto, no se mal piense. Pero la música que escuchaban los muchachos en el auto era tan predecible y barata… igualmente hay que rescatar que era una música relativamente festiva, ideal para la ocasión. Además, al fin y al cabo, ¿que se le puede hacer? Son los muchachos.
Cuando llegamos a departamento la música festiva seguía sonando, pero ahora en el equipo de música. Al cabo de media hora llegaron las chicas y el ambiente se puso más festivo, como cualquier viernes a la noche. Baile va, baile viene, llegaron las pizzas, el helado, uno de los muchachos con las rubias.
Cuando vi a las rubias ahí en la mesa no lo podía creer. ¿De donde conocían a los muchachos? Claro, pensé después. Se deben conocer de tanto venir a buscarnos, siempre las veían a través del vidrio. Y semejantes rubias no se podían desperdiciar. Es más, estaba seguro de que ya se conocían de antes. Habrán tenido algún tipo de intercambio de cuerpos con los muchachos en algún tiempo pasado. Incluso hasta pudo haber sido ahí mismo en el Súper. Alguna que otra fiesta, meta destape y fondear.
Durante la cena las rubias fueron casi el mayor centro de atención. Todos querían un poco de ellas, conocerlas, saber de qué y cómo estaban formadas. Les volaron la cabeza pobres rubias. Encima que no son de acá, les exigían. Igualmente después de dos o tres vasos por cabeza ya a nadie le importaba nada. Terminaron todos dándoles picos a las rubias, hasta las chicas, y todos se cagaban de risa. Incluso después de haberlas matado.
Yo mientras tanto observaba. Todavía en la mesa, veía cómo uno de los muchachos apartaba los cadáveres de las rubias en un rincón de la pared. Sus cuerpos desnudos ya no eran tan rubios. Se habían tornado mas bien color café, y a una de las dos todavía le quedaban pedazos de etiqueta pegada. Son cosas que pasan, pensaba yo. A uno le arrancan la cabeza con un destapador de preguntas y frases amistosas y cuando uno no se da cuenta, ¡Pum! Ya le metieron el corchazo y termina muerto en el rincón de una casa. Y ahí me di cuenta. ¿Ahora me toca a mí?
Efectivamente. Los muchachos terminaron las pizzas y ahora se disponían a jugar al truco mientras las chicas limpiaban. Los cuerpos inertes de las rubias me miraban quietos, tibios y vacíos desde el rincón. Entonces escuche la voz de uno de los muchachos: "Cristian, traéte el vinito."
De la cocina salio Cristian, con un repasador en una mano y el sacacorchos en la otra. A medida que se iba acercando yo miraba los cuerpos de las rubias y trataba de imaginar un final menos peor que aquel que estaba viendo. Hasta que sentí que ya no tocaba el piso, y la mano caliente de Cristian rodeaba mi cuerpo.
Nos fuimos hasta el living, donde el resto de los muchachos estaban ya jugando al truco. Solo faltaba Cristian, que me había ido a buscar al comedor. Cuando aparecimos los muchachos se pusieron felices de verme. Y la verdad que yo también. Al fin y al cabo las rubias la habían pasado muy bien, así que por alguna razón pensé que no tenía que preocuparme por nada, a pesar de que conocía mi destino final.
En la tercera mano creo que fue, Cristian me descorcho y pase a ser yo el centro de atención. No pare de llenar vasos. No falto aquella clásica situación en la que uno de los muchachos pretendía conocerme. Conocer mi lugar de origen, mi tierra, mis raíces, mis cosechas, mi contextura, mi sabor, mi color (bueno, eso estaba evidente a la vista) y el resto de mis típicas características. Tampoco se hizo esperar el momento en que los 11 eran anchos y las malas eran las buenas. Pero ya a esa altura de la noche a los muchachos no les importaba nada, y la verdad a mí tampoco. Total yo ya era parte de ellos. Era como si todos estuviéramos viajando por los mismos recuerdos a través de la misma sangre.
Fue ahí cuando me di cuenta que había hecho bien en ponerme contento al ver a los muchachos. Durante ese viaje recordamos muchas. Desde los recuerdos mas tristes hasta recuerdos mas alegres y anecdóticos. Desde recuerdos antiquísimos hasta los recuerdos mas cercanos al día de la fecha. Incluso me encontré con las rubias en el camino.
Hasta que se hicieron las cinco. Las cartas ya estaban todas tiradas en el suelo. Uno de los muchachos se había dormido y dos de las chicas ya se habían ido porque al día siguiente cursaban. Otra de las chicas estaba consolando a otro de los muchachos que se había puesto a llorar, valla uno a saber porqué. Por otro lado Cristian buscó mi corcho y me lo volvió a calzar en el pico. Medio tambaleándose, me alcanzó hasta la cocina y me puso en la heladera, al lado de la Pepsi y frente a las verduras, y me dijo "Nos vemos el finde que viene, picarón". Cerró la puerta y me dispuse a dormir, fresquito al fin.

Yo la verdad que también estaba un poco mal. Medio vacío. Pero después recordé que no había motivo para sentirse así, ya que todavía conservaba mi esencia de vida, y además, saber que otra parte de mi estaba dentro del corazón de los muchachos, animándolos, festejándolos, ahogando sus penas y enfatizando sus alegrías, era otro motivo para ponerme nostálgicamente feliz, sin contar el hecho de que nos volveríamos a ver el viernes siguiente.