Escenarios
Shakespeare bilingüe para despedirse del Colegio


No ha de ser fácil para un profesor compartir ensayos
y actuación con sus antiguos alumnos.
Particular debe ser para un discípulo interactuar con sus maestros.


Si el arte es la lengua universal para transmitir sentimientos, docentes y egresados del Colegio Patris encontraron en el teatro la manera de hacerlo.

Días pasados, unos y otros treparon al escenario del Teatro de Cámara de City Bell para representar escenas de Hamlet, nada menos, en una experiencia hasta el momento sin precedentes para ese establecimiento educativo.

La solemnidad del momento quedó planteada desde el vamos, cuando el público que ingresó a la sala se encontró frente a un escenario en penumbras, donde los actores, de riguroso vestuario negro y pies descalzos, aguardaban en ceremonioso silencio el comienzo de la tragedia que ellos mismos habrían de protagonizar.

Con dirección del actor Franco Di Plácido y la profesora Flavia Pittella, las situaciones de Hamlet, de William Shakespeare, se fueron desgranando a lo largo de noventa minutos alternando la lengua original y el español, facilitando así la comprensión de un texto riquísimo y complejo de por sí.

No es habitual que una promoción de estudiantes se despida con una apuesta como ésta. Diecisiete alumnos y un número similar de docentes que pasaron por la vida escolar de aquellos confluyeron en esta experiencia como una manera de recíproco adiós, de mirarse unos a otros y contarse cómo son, de despejarse mutuamente los interrogantes acumulados a lo largo de doce años de transitar las mismas aulas, borronear los mismos pizarrones, compartir iguales recreos.

No ha de ser fácil para un profesor de Lengua inglesa compartir ensayos y actuación con sus antiguos alumnos, aquellos a los que les enseñó el inglés como segunda Lengua. Particular debe ser para un discípulo interactuar con sus maestros.

El rendimiento actoral pasa, aquí, a un segundo plano. Sin embargo, no vamos a omitir que muchos -profesores y egresados- se han revelado como verdaderos talentos ocultos para descollar en la dramaturgia. Los chicos son los mismos que días antes habían celebrado y festejado la culminación de su etapa escolar, prolongando la alegría y la emoción que arrancó con su viaje de egresados, y que sabiéndose ya bachilleres con su título a cuestas, siguieron ocupando su libertad en prolongados ensayos sin tiempo, en un compartir sin edad ni condición.

Se trató, sin dudas, de una experiencia de aquellas que marcan a sus protagonistas para siempre, que dejan una huella perenne por la profundidad de la práctica teatral y por el momento de la vida en que la realizaron. Quien pisó alguna vez un escenario sabe de la magia transformadora que se dispara al cruzar el proscenio y pisar las tablas. Eso no se enseña ni se aprende. Tan sólo se vive y se absorbe.

Si a ello sumamos que se trató de una función única e irrepetible, el valor se multiplica. Así, el espectador que es consciente de ello, se hace receptor de las vibraciones que emanan de cada uno de los actores y los músicos. Porque ya no son maestros y discípulos, docentes y egresados, sino compañeros de una ruta serpenteante por el infinito paisaje modelado, hace poco más de cuatrocientos años, por un fulano apellidado Shakespeare.