La habitué
La frutilla del postre
Escribe Gabriela Bellettini, especial para Citybellinos.


Contaban los personajes que, cuando eran niños aún, ante un plato de postre,
uno dejaba lo mejor para el final mientras que el otro comenzaba
justamente por esa parte.



Casi cuarenta y cinco años de comidas familiares y sobremesas nos convirtieron a mis hermanos y a mí en testigos de las más variadas anécdotas y discusiones.
Desde graciosos recuerdos hasta duras recriminaciones, pasando por dudosas historias e insólitas peleas; todo fue quedando grabado en nuestras cabezas y hoy, se convirtieron en temas de nuestras propias sobremesas, siempre alborotadas por las risas y los comentarios.
Imposible dar demasiados detalles sin ofender el sentimiento de sus protagonistas. Porque cualquier relato "objetivo" se convertirá en "subjetivo" ante los ojos de quien lo lea y podría desencadenar un sinfín de nuevas sobremesas.
La nariz rota por una bicicleta, la sartén estrellada en la cabeza, la habitación grande y la habitación chica, las preferencias paternas y otras tantas circunstancias fueron relatadas varias veces ante mí.
Pero de todas las discusiones, la más insólita fue, quizás, la del postre.
Contaban los personajes que, cuando eran niños aún, ante un plato de postre, uno dejaba lo mejor para el final mientras que el otro comenzaba justamente por esa parte.
En un plato, la crema, el dulce o la frutilla descansaban a un lado hasta que el comensal dispusiera su estómago y su espíritu para el supremo disfrute.
En el otro, los ingredientes más deseables desaparecían de inmediato.
Hasta aquí podrá decir que no estoy más que describiendo una forma de disfrutar de la comida.
Pero lo interesante de esta discusión llegaba cuando cada uno explicaba las razones de sus preferencias.

Uno contaba que prefería comer en primera instancia la parte del postre que no le resultaba tan atractiva a su paladar y disfrutar de lo más rico cuando ya esa etapa había sido superada.

El otro explicaba que se lanzaba sobre lo más exquisito por miedo a que cualquier circunstancia interrumpiera su comida y lo obligara a dejar abandonado ese sabor tan valorado.
Como si con esto no alcanzara para interpretar, también, una forma de ver la vida, los relatos concluyen cuando quien había saboreado ya la frutilla del postre, en una veloz maniobra, hundía su tenedor en la frutilla que aguardaba su destino al borde del plato del otro.