La habitué


Últimas palabras
Escribe Gabriela Bellettini, especial para Citybellinos.


El instante final debería estar signado por una sabia expresión
que denotaría elegancia y glamour.



Muchas veces me he preguntado cuáles serían mis últimas palabras. Mis palabras póstumas, la última expresión con la que, quizás, sea recordada. Las palabras con las que entraría a la eternidad. Las palabras que más que palabras serían la fotografía de ese último momento. Quizás una orden, un consejo, un presagio, un pedido, una despedida, un chiste.

En la escuela se encargaron de dejarme claro que ese instante final debía estar signado por una sabia expresión que, aunque no apareciera en los manuales de historia, denotaría la elegancia y el glamour de mi partida.

En alguna página de esos viejos libros se relataba que el famoso sargento Juan Bautista Cabral logró expresar sus patrióticos ideales antes de morir debajo de su caballo durante el combate de San Lorenzo. "Viva la Patria! Muero contento, hemos batido al enemigo" dicen que dijo en guaraní.

¿Quién puede certificar que eso fue real? ¿Quién puede creer que en medio de una batalla en la que se jugaba el pellejo de todos los soldados y la libertad de un pueblo, alguien pudo escuchar con certeza esas palabras? ¿Quién puede decir que esa expresión fue exacta y no que, en su lugar, sólo pudo decir "me duele"?

Perdón por la irreverencia, por la falta de respeto a nuestros héroes, pero ellos también fueron humanos y como tales estuvieron marcados por los pesares físicos y emocionales propios de estas situaciones.

"Siento que el frío del bronce toca mis pies" dijo Sarmiento de acuerdo a estas mismas lecciones repetidas hasta el hartazgo en las clases de Ciencias Sociales de septiembre. Una verdadera genialidad que jamás se me hubiera ocurrido. La proyección de un hombre que tenía la seguridad de pasar a la historia como un prócer. Sin modestia, se despidió a lo grande para convertirse en un patriota reverenciado, aunque cuestionado.

A pesar de eso, creo que le faltó visión de futuro. Sabía que con su imagen se construirían miles de bustos y estatuas. Pero nunca se imaginó que se transformaría también en un billete de 50 pesos, en ferrocarril, etcétera.

Jamás pidió que lo taparan mejor o le pusieran otro par de medias. El frío que sentía era un frío de gloria que se paliaría sólo con un himno en su honor. Y ni hablar de las barbaridades que de chicos cantábamos en su honra; un poco por desconocimiento y un poco por irrespetuosos.

Simón Bolívar, según se cuenta, habría dicho: "He arado en el mar". Y resulta creíble si tenemos en cuenta que, un tiempo antes, se le escuchó pronunciar una irónica frase: "Los tres mayores necios que ha habido jamás son Cristo, el Quijote y yo". Y así se fue, víctima de una tuberculosis que, según algunos investigadores fue causada, en gran medida, por los altos niveles de estrés y depresión que debió soportar.

Me quedo con esta versión; no me gustaría creer que su muerte se debió a un choque o desequilibrio hidroelectrolítico generado por un tratamiento contra una infección de colon, como afirman otros.

Más consciente de su fin y de la imposibilidad de detener el final, Isabel I de Inglaterra habría dicho "Todas mis posesiones por un momento de tiempo". A los 69 años, la reina soñaba con sortear la muerte, así como había intentado sortear la vejez. Pero a pesar de su personalidad vanidosa y absolutista y aunque ofreció todos sus bienes a cambio de ese instante, nada pudo hacer. Desfasado en el tiempo, las últimas palabras de Bob Marley respondieron a la inquietud de la noble mujer: "El dinero no puede comprar la vida".

Antes, en su lecho de muerte, la actriz Marlene Dietrich dijo al amigo que le acompañaba en el dormitorio de su lujosa vivienda en París: "Lo quisimos todo y lo conseguimos ¿no es verdad?". Creo que ella sabía que todo eso no la seguiría.

Galileo Galilei fue procesado y obligado a renunciar a sus convicciones. Se dice que cuando se hallaba al borde de la muerte, sus últimas palabras fueron: "No importa lo que ellos digan, la tierra gira alrededor del Sol". Condenado y de rodillas, había sido obligado a afirmar: " Yo Galileo Galilei, abandono la falsa opinión de que el Sol es el centro (del Universo) y está inmóvil. Abjuro, maldigo y detesto los dichos errores". En sus ultimas palabras, el científico desafió a sus enemigos sin la necesidad de esperar respuesta o castigo.

Es tan difícil concebir una genial frase de despedida que temo irme como se fue el director de cine español Luis Buñuel. "Me muero" dijo. Idénticas palabras salieron de la boca del narrador y dramaturgo ruso Antón Chéjov, aunque muchos aún afirman que el escritor ruso murió exclamando: "¡Champán!". La segunda opción no tiene mucho sentido como saludo final, pero es innegable que va de mano con la concepción humanista del autor y el humor puesto de manifiesto en su obra y su vida.

No quisiera que me suceda lo que algunos afirman le pasó a Albert Einstein. Sus últimas palabras nunca serán recordadas porque el único testigo de esos minutos fue una enfermera que no comprendía el alemán y esa fue la lengua utilizada por el científico para decir adiós. Quizás sus palabras fueron inspiradas y ocurrentes pero su interlocutora nunca pudo reproducirlas. Más positivos, otros aseguran que Einstein pronuncio un "Ya he cumplido mi misión aquí".

Pocas personas tienen la bendición o la desgracia -según cómo se mire- de saber con certeza la hora exacta en la que van a morir. Con esa presión los condenados a pena de muerte han manifestado el dolor, la ira, el arrepentimiento e incluso el humor con el que llegaron a ese momento.
Muchos de los epitafios son utilizados por los reos como manera de redención y suelen concebirse desde la "ira calmada" del que no espera sino sólo su propia muerte.

Algunos suspiran clemencia, otros gritan su arrepentimiento y otros suplican el perdón de un Dios más de una vez conocido en la cárcel. Es el único momento que esperaron y rechazaron durante años de encierro y en el que deben resumir el sentido de sus vidas. Y la fe suele ser el único refugio del que ya nada espera.

"Señor, levanto su nombre en alto", "De Alá venimos y a Dios volveremos", "Agradezco a Dios que haya sido tan paciente conmigo", "Señor, perdóname por mis pecados porque ya voy contigo" fueron algunas de las frases pronunciadas durante esa corta caminata hacia la pena capital.

Sin embargo, los condenados también recuerdan a sus seres queridos y a aquellos que, de alguna u otra forma, para bien o para mal, los acompañaron. En el año 2000 un hombre fue condenado a muerte al encontrarlo culpable de un homicidio. Siempre había alegado defensa propia, pero sus explicaciones jamás fueron escuchadas. Cuando caminaba hacia su final se lo oyó decir: "Alguien tendrá que matar a mi abogado".

Mientras sigo en la búsqueda de la justa expresión que me identifique por completo, me quedo con la celebre frase del químico francés Louis Gay-Lussac. Moribundo, se lamentó por el pésimo momento que había elegido la muerte, "Es una pena irse, esto comienza a ponerse divertido", dijo.

Y eso suele suceder…