La habitué


45
E
E scribe Gabriela Bellettini, especial para Citybellinos.


Los que dicen entender aseguran que pasados los 40,
los hombres entran en un estado de "viejazo"
y las mujeres ingresan a un período de "segunda adolescencia".


¿Existirá la crisis de los 45 años? Conocía la crisis de los 30 y la de los 40. Incluso llegué escuchar acerca de la crisis de los 50 años. Pero ¿de los 45? Me suena raro; sin embargo creo que la estoy viviendo. O, en el mejor de los casos, la estoy pasando.
Siempre creí que mi cuarta década sería un período de felicidad y plenitud absolutas. Pero parece que, los 40, como otras tantas otras cosas, no incluyen esa garantía.
Toda mi vida esperé este momento. Quizás fueron tantas mis expectativas que, hoy, no estoy segura de todo lo que creí.

Hasta hace poco podía asegurar que la vida se dividía en cuatro etapas. La primera comenzaba con el nacimiento y terminaba a los veinte años. Era una etapa de desarrollo, crecimiento físico y emocional, despreocupada y casi sin obligaciones, repleta de buenos momentos y sentimientos nobles.
La segunda se extendía hasta los 30. Diez años en los que las obligaciones comenzaban a acumularse y presionar. Era el momento de estudiar una carrera que determinase nuestro futuro, establecerse emocionalmente, comprar una casa y un auto, constituir un hogar, tener hijos, amigos y un ahijado.
A partir de los 30 y hasta los 40, las metas no cumplidas debían concretarse. Si no teníamos un trabajo, era hora de conseguirlo. Lo mismo para obtener un título, una pareja, una casa o un auto y tener hijos. Era el momento de estrechar una amistad firme si aún no la habíamos conseguido y obligar a nuestros amigos o hermanos a confiarnos a uno de sus hijos.
Los 40 eran ya, según esta teoría, tiempo de regalos. Si no habíamos conseguido un trabajo, para la sociedad, para nuestra familia, era lógico que ya no lo obtendríamos. De allí se desprende la imposibilidad de comprar una casa y un auto, lógicamente. ¿Y quién nos podía pedir que lo hiciéramos si apenas nos podíamos mantener? ¿Y una pareja? ¿A los 40 años? Imposible. Automáticamente pasaríamos a la categoría de solitarios o solterones.
¿Y los hijos? ¡Mucho menos! ¿Cómo nos iba a exigir un hijo si no podíamos mantenerlo con un sueldo digno o darle una casa? Y como si eso fuera poco, ¿con quién?
Hasta nuestro círculo más íntimo dejaría de preguntar por aquello que no habíamos logrado hasta ese entonces. Ese silencio, que en realidad es misericordioso, sería el cómplice de nuestras frustraciones.
Por eso es que todo lo que llegara debía ser considerado como un verdadero obsequio de la vida.
Esa falta de exigencia social me hizo creer siempre que esta etapa era un regreso a la primera.
Finalmente, desde los 50 hasta el fin de nuestras vidas todo es disfrutar de lo poco o mucho que conseguimos. Sin obligaciones ni presiones. "Hacer la plancha" diríamos.
Desde ya pido disculpas por esta manía de ponerle un rótulo clasificador a cada una de las cosas de las que hablo, pero no puedo evitarlo. Creo que sólo se trata de darle un orden a mis pensamientos para, después, patearlos.
Los que dicen entender aseguran que pasados los 40, los hombres entran en un estado de "viejazo" y las mujeres ingresan a un período de "segunda adolescencia".
Como si hubiera sido fácil hasta ahora, la vida se complica un poco más en este punto y las relaciones entre los dos géneros se tornan un poco más dramáticas.
Y parece ser cierto, por lo menos en mi caso. Ese DNI fechado en 1966 parece no coincidir con lo que quiero lograr.
Siempre lo dije: cumplo años pero no crezco. ¿Será esto mi segunda adolescencia? ¿A esto se referirán mis hijos cuando me critican sin piedad?
Sea como sea, aún conservo la energía y tengo la experiencia necesaria para elegir por dónde canalizarla; ya obtuve todo lo que quería y ahora puedo mejorarlo y disfrutarlo. Puedo ser compañera de mis hijos y tener mis momentos libres, y puedo ser eficiente en mi trabajo y poner mis propios límites a la exigencia.
En mayo llegan los 46. Pero esa es otra historia.