La habitué

El árbol, el hijo, el libro y la mar en coche
Escribe Gabriela Bellettini, especial para Citybellinos.


"Lo importante no es dar un paso, sino dejar huella" (Rabindranath Tagore)



Todos queremos ser inmortales. Aunque no le tengamos miedo a la muerte, hacemos lo imposible por esquivarla o trascenderla.

No en vano se hizo célebre la frase del poeta cubano José Martí: "plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro". En estas tres acciones los seres humanos podemos trascender a la muerte, podemos superar ese desenlace para el que nacimos los mortales.

El árbol, el hijo y el libro son las formas - aunque no únicas - de permanecer en este mundo, entre nuestros pares, entre los que amamos y entre los que odiamos.

Se cuenta que este refrán tan conocido se basa en la adaptación de un relato profético de Mujámmad, mensajero del Islam. Según esa historia, "la recompensa de todo trabajo que realiza el ser humano finaliza cuando éste muere, excepto tres cosas: una limosna continua, un saber o un conocimiento beneficioso, y un hijo piadoso que pida por él cuando éste esté en la tumba".

En el Islam, todo buen trabajo que el musulmán lleva a cabo, Alá se lo recompensará el día del Juicio, ya que como él mismo dice en el Sagrado Corán: "Quien haya hecho el peso de un átomo de bien, lo verá". Y, como es lógico, las evaluaciones de esos buenos actos se medirán por el resultado, o sea por lo que quede en la sociedad.
Es real, la vida es eso: hacer algo que nos haga sentir plenos, que nos permita relacionarnos con los demás y, además, que deje una huella con nuestro nombre.
Parece que todos aspiramos naturalmente a la felicidad y esa aspiración conlleva el anhelo de eternidad.

Y, si observamos, todas las obras del ser humano llevan un nombre propio. Desde enfermedades que honran a su descubridor, pasando por los medicamentos que permiten su cura y que rinden justo homenaje a quien los halló hasta accidentes geográficos que galardonan a quien los pisó por vez primera.
Desde una pintura de un reconocido artista hasta un grafiti de un recóndito paredón. Desde la escuela u hospital fundados por un célebre personaje hasta el kiosco más perdido de un pequeño pueblo. Desde la materia dictada por un docente y rebautizada con el apellido del maestro hasta estas palabras.

Todo lleva el nombre de su autor.
Queremos que algo de este mundo porte nuestra marca, deje una pisada imborrable o una mención permanente.
Cualquiera de estos actos no es otra cosa más que una opción para ser recordados.
Y a quien lo niegue le pregunto: nunca buscaste tu nombre en la guía telefónica, en Google, en alguna noticia en la que podrías aparecer? Jamás examinaste los paneos de la tribuna en la que estabas durante un partido? No te molestaste si el día en el que en la escuela tomaban la foto grupal vos estabas enfermo y no pudiste estar?
Esas son otras pequeñas formas de permanecer, son mínimas maneras de ser rescatados del olvido.