CB Historico
Aquellos comercios
del barrio


Un ejercicio de memoria desgrana como las cuentas de
un rosario muchos de los antiguos comercios de City Bell.
Exclusivo para Citybellinos-Gaceta Virtual, un capítulo de
"City Bell-Crónica de la tierra de uno. Edición del Centenario",
el próximo libro de Guillermo Defranco.


A menudo la nostalgia resulta contagiosa. Basta que alguien mencione algún objeto de otra época o evoque un nombre para que otro alguien recoja el guante y sume su aporte. Facebook está sembrado de páginas y grupos que miran el pasado y lo traen a la memoria. Creemos que el gran secreto está en que la añoranza sea creadora y no acabe en una melancolía crónica.

Cada vez que surge como tema de conversación la identidad de City Bell y el crecimiento comercial del pueblo, surgen los lamentos por lo que se está perdiendo, tanto material como inmaterial. Entre aquéllo, el caso más palpable es el de las viejas casas y locales que, piqueta mediante, han perdido la fisonomía con la cual siempre los hemos conocido por ser parte inseparable de la consonancia local. Otro ejemplo es el de la nomenclatura de las calles, tema ya ajado aunque no caduco y que reiteradas veces nos ha ocupado a lo largo del tiempo.

En tanto, otros sienten cierta morriña por los comercios que ya no están, símbolos de sus respectivos barrios y épocas. Más cerca de sus 50 que de sus 60 años, Gabriel Defranco -y fruto de una conversación suya con José Luis Gentiletti-, acercó una primera remesa de nombres y direcciones como aporte al ala más doméstica de la historia citybellina.

De las puntillas a los bulones
"¿Te acordás de Senluar"? dijo, evocando una mercería que ocupó un local en Cantilo entre 4 y 5 en sus últimos años pero que, creemos recordar, había atendido antes en otra dirección cercana. En el mismo ramo, Josefina González tenía su localcito en su casa de Cantilo entre 19 y 20. Su esposo Daniel tenía la sodería Irazú, principal competidora de UNISEIS, la fábrica de soda de diagonal Urquiza y cuyo sodero insignia fue por años el señor Delgado. Años antes, Gaudenzi y Pagliaro habían instalado la suya en 4 entre Cantilo y 13. Por su parte el ingeniero González (quien fuera administrador del viejo tanque de agua de Obras Sanitarias y nada tenía que ver con el anterior González) también elaboraba agua gasificada, además de las famosas gaseosas Crush, Cunnington y Neuss en su planta de camino Belgrano después del arroyo Rodríguez. En ese predio funcionó mucho después la confitería bailantera Escándalo, donde diera su último show el cuartetero Rodrigo Bueno minutos antes de encontrar la muerte en un accidente.

En el rubro ferreterías, tal vez el pionero haya sido don Juan Bello con El Pilar, en Cantilo esquina 6, donde había funcionado el almacén de ramos generales y pulpería de Trinidad Fernández y Platero. En la esquina de enfrente, donde hoy hay una galería comercial, tenía el depósito de materiales. Muy cerca de allí tenían su local los hermanos Juan Carlos y Rolando Valenti, en Jorge Bell entre Cantilo y 13. En la esquina de Cantilo tenían también su depósito a cielo abierto. En tanto, en el otro extremo del pueblo José Soto tuvo por años su ferretería y pinturería.

En este tiempo en que la bicicleta parece estar recuperando terreno, bien vale evocar el taller de Mengarelli, en 2 entre Cantilo y 13. Creemos recordar que con él trabajaba Orlando (nunca supimos su apellido), quien luego se trasladó a 11 casi camino Belgrano, para cumplir una última etapa en 20 casi Cantilo. Tenemos muy presente el recuerdo de una caricatura de ambos colgada en la bicicletería de Mengarelli. Oslec era el taller de Oscar Lecadito, en Cantilo casi 23, que luego mutó en mueblería y artículos del hogar. Juan Brotto, que además de ser bicicletero supo campeonar sobre las dos ruedas, inició su histórico taller frente a la plaza Belgrano. Hoy continúa abierto, a cargo de su hijo Mauro, sobre la calle 11. Luego sobrevinieron Garanzzini (en 17 casi 11) y José Luis Da Conceiçao con su taller Ferrero quien, tal vez involuntariamente, contribuyó al ocaso de otra bicicletería que funcionaba en un garaje de Cantilo entre 8 y Centenario. Sin embargo, una publicidad que data de la década de 1940 da cuenta de que ya en esa época Nirsch devolvía la salud a las maltrechas bicicletas citybellinas.

La buena mesa y otras yerbas
Justo enfrente la familia Castellani hizo historia con su pizzería y heladería La Madrileña, la que desde 1950 y por medio siglo se mantuvo en actividad. Fueron famosas también sus pastas frescas, clásico menú dominguero. Al fondo del local había unas pocas mesitas donde uno podía sentarse a saborear una porción de muzzarella auténticamente artesanal. Si de helados "genuinos" hablamos, en la misma cuadra que la bicicletería de Lecadito estaba la heladería de la familia Lega. Luego, allí mismo funcionó el restorán La Chacha en su temporada inaugural. Hoy la oferta gastronómica es rica y variada en City Bell, pero desde 1972 a la fecha, la única parrilla y restorán que subsiste de manera ininterrumpida es El Rancho de Don Enrique, hoy a cargo de los herederos de Enrique Quarchioni. En los inicios de los '70 Leonardo Amoroso abrió Chez Maxim's, un restó con más nombre que categoría.

Allí mismo creemos recordar, con características de "boite" -era la manera de llamar a las discos en los años '60- una llamada 2001. Hubo en el rubro varios emprendimientos similares y tal vez el más recordado sea Dinoguet en Cantilo entre 1 y 2, en el mismo local que cobijara sucesivamente al antiguo cine Cantilo, a una mueblería, a un supermercado (no era fácil remontar la pendiente del piso especialmente construido para el cine, pero con el changuito cargado de mercadería) y que actualmente ocupa la iglesia evangélica.

Durante décadas, y frente al colegio Estrada, Humberto Cerasa ejerció su oficio de carpintero en el taller que heredó de su suegro Hermenegildo Valpreda. En el mismo ramo hay que recordar la carpintería de Wagner cuyo apellido, por asociación de ideas, nos trae a la memoria al plomero Carlos Strauss. Y casi de la mano, nos viene a la mente el vidriero que estaba en 17 esquina 15 y se trasladaba en un jeep rojo y blanco. Otro vidriero, legendario no sólo por su oficio, fue José Mensi.

El aroma del estaño y las resinas fundidos junto al del tabaco negro nos retrotrae al taller de radio, televisión y otras yerbas del querido Enrique Kirschenheuter. Con local a la calle en Cantilo entre 21 y 22 hacía lo propio Antonio Trejo, quien en sociedad con Luis Giffoni tenía la que tal vez fue por años la única disquería del pueblo: se llamaba Artón Radio y estaba en Cantilo entre 21 y 22. Hacia un lado estaba Antonio Maglio con su herrería Italmetal (prosigue la labor su hijo Ángel) y hacia el otro, la tintorería Vanguard, del propio Giffoni, atendida por Chita Cavallieri. Gabriel Defranco acota que en el centro citybellino funcionó hacia los '70 otra disquería de efímera vida.


Daniel Tomassi. Tenía el Almacén El Universal


El sastre eléctrico

El bazar Sarita -de Sata Bocser y José Torrent- fue tal vez uno de los comercios más emblemáticos de la comarca. Previamente se había denominado El Trébol, cuando expendía también semillas y forrajes. Había iniciado sus actividades en el garaje de los Gamerro en Cantilo 19 y 17 en sociedad con Carola Gamerro. En materia de forrajes y semillas, Angeloni hizo también historia en el pueblo. Sobre Cantilo, explotó el rubro Leonardo Detlefsen, fundador de la actual semillería Nardo.

Pasemos a ropa e indumentaria. La tienda Sa-Ho se desplegaba en la esquina de Cantilo y plaza Belgrano. Fue la predecesora de León Blanco, que la misma familia explota a pocos metros, frente a la plaza.

Tal vez pionera en la venta de ropa y accesorios con un cierto nivel fue la boutique Berlú, de Berta y Milú, que abrió sus puertas en 1958 en Cantilo entre 6 y 7.

En la época en que los comercios del rubro textil se llamaban tiendas, la familia Schaposnik tenía La Esperanza, de la cual recordamos las estanterías con las piezas de tela listas para ser vendidas por metro y las grandes mesas tipo sastre que oficiaban de exhibidores y mostrador al mismo tiempo. Hoy, con otro nombre y otra fisonomía, continúan en el comercio de la indumentaria.

Y si uno vende telas, otro tiene que confeccionar la ropa. En la década de los años '50 ejercía el oficio el padre del actor Martín Adjemián, en Cantilo entre 4 y Jorge Bell. Pero un día decidió cambiar de rubro y vender artículos de electricidad. Así que debajo del cartel que rezaba "sastre", le agregó otro que decía "eléctrico", e inauguró una curiosa combinación que, hasta el momento, creemos no ha sido igualada. Junto a él nos parece recordar a un remendón de zapatos, oficio que desde hace 50 años vienen ejerciendo los hermanos Antonio y Genaro Marino en Cantilo entre 19 y 20. En la misma cuadra otro zapatero -don José- hacía su trabajo en un estrecho pasillo donde trabajaba, atendía a los clientes, cocinaba y almorzaba. Lo curioso era que la única máquina que usaba para su labor la tenía en un cómodo local contiguo y casi vacío. En el recuerdo quedó, también, El Borceguí, el taller de zapatería ubicado en el actual pleno centro comercial de City Bell.

Y hablar de los Marino es hablar también de sus hermanos Juan y Vicente, peluqueros desde su llegada de Italia hace más de medio siglo. Unos y otros iniciaron su oficio bajo el parral de la casa familiar de los Del Tufo-Marino en Cantilo 20 y 21, trabajando de sol a sol de lunes a domingos. Peluqueros de fuste fueron también López, en un garaje de Cantilo y 2, y Angelone, en Sarmiento entre Cantilo y 15. Y cómo no recordar a Reinaldo Tagliaferro quien, aunque su apellido indique que cortaba metales, sólo se dedicaba a las cabelleras en otro garaje de la misma calle casi esquina 20.

Eso en el rubro masculino. Las damas iban a la peluquería de Miguelina Villani (su mamá vendía zapatos en el local de al lado), la de Esther, o la de Olga Ribot, sólo por mencionar algunas.


Valenti, el panadero de Cantilo y 5


Bares y almacenes

En el rubro alimenticio la oferta es y ha sido variada. Tan frescas como su recuerdo eran las comidas elaboradas por El Poyino, la rotisería de la familia Villalba con un spiedo instalado casi en la vereda. Sin embargo, suponemos que el pionero en el rubro de pollos cocidos por ese método ha sido, en los años '60, El Pollo Dorado, de los Merlo, en la esquina de Centenario y 15, en el mismo emplazamiento que había tenido el almacén El Vasco, de Santiago Urdaniz, sucesor en el sitio de la farmacia de Jaime Rodríguez, adquirida luego por Abel Guglielmino. Hagamos un paréntesis para evocar la farmacia de Nelio Capelletti, sobre la plaza Belgrano. Dos cosas nos afloran en el recuerdo: la cabezota de Geniol con sus clavos, alfileres y hojitas de afeitar clavadas, y los confites que el farmacéutico regalaba a los chicos, especialmente después de aplicarles alguna inyección. La farmacia que hoy atiende en el supermercado de 15 y Belgrano, tuvo su antecedente directo en la de los Núñez, Cantilo entre 22 y 23.

Pensamos en los almacenes y no son pocos los que saltan a la memoria. En Cantilo y 7 estaba el de la familia González, que se identificaba con su número telefónico: El 26. Junto al viejo correo tenían la suya los Pontalti. En la esquina de la avenida con 19 estaba el de Oscar Marchesotti, llamada El Modelo. El matrimonio Arriola tuvo el suyo en 13 casi 21, en el garaje de la familia Sarti. Poco después de su cierre abrió, a la vuelta, La Fragata, timoneada por Olga Vittelozzi. En la otra cuadra Enzo Cattini tenía su rotisería, lo mismo que su hermano Derio en Cantilo entre 17 y Sarmiento. Ambos fueron de los tantos dueños que tuvo el bar La 21, en Cantilo y 21, donde anteriormente funcionara el almacén El Universal, de Daniel Tomassi. Pegado, sobre Cantilo, un señor Rossi tuvo florería, justo antes de donde funcionara la fábrica de muñecas de Piñero y Pedutto.

A los bares mencionados habría que agregar Giusseppe, en Jorge Bell entre Cantilo y 13, y El Vesubio, en Belgrano entre 11 y 12. Este último, casi con seguridad tenía cancha de bochas y creemos que pertenecía a los Pallini. En la esquina de 11 estaba el almacén El Argentino, de los Pagani, y en 13 esquina 3, el de los Fabi. Gabriel Defranco recuerda también store wehre "que cuando empezamos a aprender inglés lo traducíamos como 'negocio donde'", dice. Otra rotisería fue la de don Pedro Voskovic en Cantilo casi 2; junto a ella funcionó también un kiosco. En 11 y la entrada al barrio Los Porteños, funcionó por años el almacén de Pittori, también estafeta postal. Sobre Cantilo estuvo el de don Juan Sterpin, y su hijo tuvo más de un emprendimiento en la variante autoservicio en diversos lugares. Del mismo modo, Dauce Del Corro regenteó lo suyo pegado a la Delegación Municipal, anexando también verdulería. Cómo no incluir en el listado a Kurquen, el almacén de Roberto y Rodolfo Minassian, frente al Club Atlético. A una cuadra de la Escuela nº 12 estaba el almacén Il Friuli y no muy lejos, sobre la calle 5, Parma, la fábrica de pastas de la familia Tanzi.


El Argentino, de Pagani.


Carnes y verduras

Complementemos los almacenes recordando las verdulerías de Milano (subsiste remozada en la actualidad) y las de los hermanos Oreste y Terucho Del Tufo. Son recordadas, también, las panaderías Sol de Mayo (en Cantilo y 5, inicialmente de Valenti) y Del Pueblo, en la esquina de 8 y Cantilo. La panadería San Martín -desde hace décadas en manos de la familia Garaventa- fue por años propiedad de Boff, aunque su fundador fue Passarelli. La Belgrano está a cargo de los Montiel desde que tenemos memoria, así como hasta no hace mucho la familia Cipollone fue propietaria de la de Cantilo y Sarmiento.

Para cerrar el rubro alimenticio hablemos de los carniceros. Pasarello fue el eterno carnicero del Cantilo entre 4 y 5, Achucarro supo despachar carne en Cantilo entre Sarmiento y 17, en tanto el apellido Moreno es sinónimo de carniceros en City Bell y alrededores. Rossi y Coradi también supieron incursionar en el rubro, y de este último diremos que previamente fue lechero domiciliario, como Bonessi y Barragán, entre otros.

En 1966 abría sus puertas un kiosco con venta de artículos escolares que, con las expansiones del caso, se mantiene junto al colegio Estrada: Pinocho. En la esquina de Cantilo y 4 (inicialmente a mitad de cuadra) conserva su frescura El Pucho, originariamente atendido por su dueño, Surace, quien fue también el propietario de un bazar de la plaza Belgrano donde sólo él podía hallar lo que le pedía el cliente, por la cantidad de mercadería sin desembalar que había acá y allá. En materia de kioscos también son leyenda viva los de Cantilo y ambas diagonales y el de Rufino Ramírez, en la esquina de 20, a cargo ahora de su hijo Ricardo.


El primer surtidor de nafta, en Centenario entre Pellegrini y 15


Buena impresión

Durante muchos años funcionó una imprenta en plaza Belgrano casi esquina 3. Sin embargo, nuestro recuerdo nos lleva a Epigraf, la imprenta y librería de Elsa y Osvaldo Epíscopo, frente al bazar Sarita.

Pionera en el rubro bombonería, café y artículos para repostería fue A los Mandarines, de Haydée Fernández de Valderrama. En este último rubro la imitó Candy, en Jorge Bell entre Cantilo y 13, luego devenido en pequeño almacén. Joselé, su dueño, llegó a editar algún vinilo como cantante melódico.

Cómo olvidar a la zapatería Nil Mar en su antigua versión, antes del aluvión comercial de la última década. O a la casa de fotografía de Alicia y Roberto Bugallo, cuyo primer local estaba en Cantilo casi 8 (la esquina era un baldío por entonces). Al lado estuvo el que tal vez fue el primer comercio dedicado al dibujo y las manualidades en City Bell. Se llamó inicialmente Padula y luego tomó el apellido de sus nuevos dueños, la familia Campbell. En materia de librerías que ya no están, y en una declaración pública de subjetividad, anotamos aquí a la inolvidable Punto y Coma. Más específicamente orientada al arte era Celtis, en Cantilo casi 8.

Oscar Marchessotti en su almacén El Modelo (Archivo Marchessotti).


Otros rubros

El primer despacho de combustible fue el de José Carnevale, en su taller mecánico de Centenario entre Pellegrini y 15. Luego fue de Agustín Robledo, quien se trasladó a la esquina de Güemes. Similarmente, Ángel Cogoma se instaló con igual rubro en el camino Belgrano, casi junto al arroyo Rodríguez. Luego se trasladó a la mano de enfrente, hasta su cierre. Julio Barone y Humberto Defranco también comenzaron (en 1953) con su taller mecánico sobre el Camino, llegando a 11. Doce años después, habilitaron la estación de servicio en la esquina de Cantilo, hasta retirarse en 1997. Emilio Siano, Coco Zampatori y Marino Cescutti fueron exponentes del sector mecánico automotriz.

Hablando de talleres, y casi como una paradoja para un pueblo como City Bell, carente (por fortuna) de edificios de altura, no podemos omitir la fábrica de ascensores Excelsior que los hermanos Amante tenían en 17 entre Cantilo y 15.

Los últimos apuntes nos recuerdan que existió el oficio de colchonero y tal vez el más conocido del pueblo, y que lo ejerció hasta años relativamente recientes, fue Rafael Karwowski. En Cantilo llegando a 17 estaba la academia de dactilografía de la familia Alonso y años después surgió, casi enfrente, el instituto San Patricio, que a la dactilografía sumaba otras áreas de enseñanza.

Desde su local-taller en diagonal Urquiza, José Lago ha sido uno de los relojeros más antiguos de City Bell (hay quien asegura que fue el primero). Quien también ejerció el oficio, aunque luego diversificó su actividad llegando a ser el calesitero de la plaza, fue el Gallego Gómez. Su fama se extendió por el pueblo hasta bien entrados los años '80. Norma y Darío Suárez fueron durante años los propietarios de Gabi, la relojería ubicada a metros de la Plaza.

Tampoco están, salvo en el recuerdo, las inmobiliarias de Sav, Ennio Ciccarella y Calógero Randazzo -más tarde se sumaría Urtubey-, tal vez los únicos profesionales locales en esa materia hasta los albores de los '80.


Panadería Del Pueblo, en Cantilo esquina 8.

Amores ocultos

Por último, en un rubro sospechosa o pudorosamente relegado en esta evocación, hay quienes recuerdan con nostalgia los hoteles alojamiento El Ciervo (sobre el camino Belgrano), La Primavera y Los Cedros, éstos dos en el camino del Touring Club paralelo a las vías, cruzándolas en dirección a Gonnet. Aún quedan sus ruinas.

Tal como deberíamos haber aclarado desde el inicio de este artículo, la evocación es necesariamente incompleta y subjetiva. Está signada, fundamentalmente, por el ámbito geográfico y barrial por el que nos movíamos en los años '60 y '70, y por la costumbre familiar de comprar en uno u otro comercio. Hay nombres y lugares que se cruzan y se mezclan en el recuerdo y para hacer más completo el texto deberíamos habernos extendido en varias de las menciones. Pero ese es otro objetivo. Aquí, tan sólo procuramos responder a una inquietud y dejar testimonio de la existencia de tantos comercios que ya no están. No pretendimos -no podíamos- abarcar su totalidad, ni mucho menos. Apenas escribir sus nombres para que no se pierdan, para disparar los recuerdos de otros y que no nos genere nostalgia sino una resultante creadora que otorgue a los nuevos habitantes de City Bell una idea de lo que supo ser años atrás.