Poligrafías
Cómo ser escritora sin siquiera proponérselo


María Laura Billordo prepara su tercer libro de poesías.
Pero cuando en 1999 publicó el primero de ellos,
debió aceptar que la llamaran "escritora".
Disquisiciones acerca del valor de la palabra y el honor de transmitirla.



El hecho de que María Laura Billordo publicara su primer libro de poesía fue todo una novedad para su hijo, que por entonces contaba con ocho años. Sobre todo porque su mamá-escritora-autora de "Reencuentro", no cesaba de registrar sobre el papel -a la usanza antigua, sin máquina de escribir ni mucho menos computadora- las impresiones que la flamante experiencia editorial le había deparado. Ella fantaseaba con que serían los primeros escritos de un segundo Reencuentro. Y de hecho, lo fueron. En 2006 llegó "De puño y letra" (y está en preparación "Agua entre las manos").


La historia sin fin

"¿Hasta cuándo vas a escribir, mamá?", preguntó el chico mientras juntaba los papeles con apuntes que el viento le volaba a María Laura. "Hasta que me muera", figuró ella, para que su hijo comprendiera que no era una cuestión planificada, sino del corazón. "Entonces Reencuentro se va a terminar cuando vos te mueras", concluyó el pequeño, desde sus ocho años y con su cabecita llena de interrogantes que sólo el tiempo habrá de responderle.

La conversación de sobremesa prolongó el tema que de doméstico y familiar tornó a lo filosófico y escatológico. El papá apuntó que los libros nunca terminan, aunque el niño aseveró que con la última página, todos los libros llegan al fin. "Sin embargo -apeló el padre- vos podés leer ahora un libro de poesías o de cuentos y entenderlo de una manera. Pero cuando lo vuelvas a leer dentro de diez años, lo vas a entender de otra manera, y le vas a descubrir muchas cosas que ahora no le captaste".

La mamá-escritora sintió un leve escalofrío recorriéndole la espalda y tuvo la sensación de que por primera vez veía la publicación del libro como algo mucho más allá de un hecho literario o de un animarse a hacer público lo que durante tantos años vino escribiendo y guardando para sí o para unos pocos. Y se dijo en voz alta: "Esto es la experiencia del libro publicado".

Lectura revisionista
Su esposo comentó entonces que ya no debe pensar que en el futuro será recordada según la propia subjetividad y recuerdos de quien la haya conocido, sino que la objetividad de la letra impresa será el testimonio de lo que en vida pensó e hizo. "Por eso me apasiona leer libros antiguos como el diario de viajes de Colón: la aventura de conquistar los mares era para ellos más fuerte que para nosotros la conquista de Marte. Nosotros sabemos que después de Marte hay otros planetas. Ellos no sabían lo que había después del mar. Y si bien Colón descreía de las leyendas sobre los supuestos monstruos allende las aguas, él no sabía ni supo que del otro lado del océano que jamás nadie había navegado, estaba América. Sólo quería comprobar que se podía llegar a India", se despachó pensando que sus ex profesores Enrique Lonné y Jorge Iturmendi se sentirían orgullosos (¿o avergonzados?) si lo oyeran hablar.

La familia no pudo menos que mirarlo con un cierto desconcierto hasta que el hombre amplió su explicación. La distancia en el tiempo nos da la objetividad que jamás habríamos tenido de haber sido contemporáneos de una expedición como la de Colón. Eso, sumado a los demás conocimientos que la historia nos enseñó, nos permiten tener una interpretación personal del Almirante y su epopeya marítima, dijo.

"Es así cómo tenés que pensar lo de tu libro -refirió a su esposa-. Ahora tus ideas son públicas, más allá de cuántos libros se distribuyan hoy. Pero el hecho de pensar que dentro de algunos años tus escritos van a generar nuevos pensamientos en nuevos lectores que ni vos conocés, marca la trascendencia de haber publicado por lo menos un libro".

Un árbol, un hijo, un libro
María Laura empezó entonces a entender por qué tanta gente la felicitaba sin siquiera leer el prólogo de su libro; por qué en un diario la mencionaron como "la escritora citybellense", si ella no se siente tal. Acababa de descubrir el verdadero valor de la palabra escrita y que el hecho de ser su autora, le implica una gran responsabilidad. "Jamás me imaginé que sólo por publicar un libro, a una la considerarían escritora", balbució tratando de restarse méritos. "¿Viste? Tanto repetir aquello de tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro, y mirá la sorpresa que te llevaste al cumplir con el tercer tópico. No te imaginabas que la cosa era así", intentó calmarla el marido sin demasiado acierto.

Un árbol, un hijo, un libro, tres maneras diferentes de proyectarse en el futuro, aún en estos tiempos en que los bosques del orbe están en regresión y la computadora compite palmo a palmo con el libro convencional, el de papel y tinta, el de hilos y cola. Porque el libro es el vehículo de la palabra. "Incluso cuando guardamos silencio o estamos solos, las palabras siguen resonando dentro de nosotros: no sólo son el instrumento para comunicarnos con los otros sino, sobre todo, el medio de explicarnos la vida a nosotros mismos", le hemos oído decir al filósofo y escritor el español Fernando Savater.

Y si un libro es vehículo, su autor es, en cierto modo, conductor. Nada menos que de la comunicación entre los hombres. Benditos sean, entonces, los escritores.