Poligrafías
Amistad a la luz de la luna


Como el dulce de leche, el bolígrafo, el bastón blanco de ciego
o el colectivo, el Día del Amigo es otro invento argentino.
A mucha honra y orgullo, cumple ya 40 añitos.



El recuerdo está aún fresco. Los ocho años de quien con el tiempo sería este cronista, se habían acomodado frente la vetusto televisor "Tel-Sant", pantalla blanco y negro pero mueble de madera auténtica y maciza. Seguramente por la hora y la circunstancia la cena debe haber sido ligera y sencilla. No era para menos: estábamos a punto de asistir a la primera transmisión televisiva "vía satélite" y se trataba nada más y nada menos que del nacimiento del Día del Amigo.

Qué distinto sería ver las cosas de esta manera. Lo que había reunido a media humanidad frente al televisor era la llegada del hombre a la Luna, un hecho por demás trascendente que cambiaría nuestra dimensión de las distancias, de las fronteras, de la ciencia y hasta del equilibrio del poder mundial. Para muchos poetas y románticos fue una puñalada a la sensibilidad y la imaginación, un piedrazo contra el cristal de la magia donde la luna viene a ser algo así como la galera de donde salen los conejos del alma.

El amigo Febbraro

Diez años después de aquel lunático 20 de julio de 1969, el argentino Enrique L. Febbraro, doctor en odontología además de profesor de historia y ética, vio las cosas un poco más allá de la luna, se sintió él también partícipe de la hazaña e instituyó el 20 de julio como Día Internacional del Amigo."Mi amigo es mi maestro, mi discípulo y mi condiscípulo. Él me enseña, yo le enseño. Ambos aprendemos y juntos vamos recorriendo el camino de la vida, creciendo. Sólo el que te ama te ayuda a crecer", se despachó, y agregó: "Un pueblo de amigos es una nación imbatible", a la vez que destacaba que sería "una celebración ética, sin fines de lucro ni de fomento al consumo", aunque esto último, parece, se le escapó un poco de las manos.
En 1988 la mendocina Mirta Lancillotta Duarte recogió el guante de Febbraro y fundó el Banco Mundial de la Amistad, entidad cuya solvencia desconocemos pero que bien nos vendría que fuera el que otorgue los créditos a nuestra alicaída economía nacional. Cuentan que bajo el lema "un pueblo de amigos es una nación imbatible" cosechó amistades en ochenta y dos países.

Aquello de "día internacional" es, al parecer, un tanto pretencioso. El amigo Febbraro -quien falleció en este 2009, cuando su propuesta cumple 40 años- pertenecía por entonces al Club de Leones y a través de sus lazos parece que envió más de mil cartas a diferentes países, de las cuales le respondieron 700. Nada mal. Pese a todo, no hay demasiados datos de que la amistad sea festejada en otros países como lo hacemos aquí. Será porque en otras latitudes no tienen el mate para compartir, será porque sentarse a tomar un cafecito y charlar largas horas es cosa de porteños y no de londinenses, parisinos o moscovitas. Como quiera que sea, el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, con el decreto Nº 235/79 autorizó la celebración y le dio un marco legal.

Amigo mío
Así las cosas, uno no puede pasar por alto amistades que han marcado su vida. Si bien es cierto que amigo-amigo no hay más de uno o dos, uno puede detectar amistades que han marcado los distintos momentos de su vida y que permanecen latentes en el tiempo. Todas tendrán algo en común, como un hilo conductor de la historia personal. Y en muchos casos, hasta se podrá remontar la historia familiar y encontrar allá en lo antiguo, algún punto en común entre dos antepasados que será el origen de una amistad de hoy.
Fernando D'Adda y el cronista no sospechaban en sus épocas de colegio secundario que pese a que un par de años los separaban y apenas si se conocían de vista, mucho tiempo después acabarían tejiendo una amistad férrea tras descubrir montones de cosas en común, y reconocerse ambos héroes de la resistencia en esto de hacer de su amistad un culto en una época de relaciones etéreas y triviales.

D'Adda coincide en que la verdadera amistad tiene muy pocas variantes y muy lejos está de la amistad de boliche, de amigotes de la barra de la esquina. Familiero él, le pesa en la vida el tiempo que gasta cada día entre Gonnet y Buenos Aires para cumplir con su trabajo. "Si uno pudiera invertir ese tiempo en estar con su familia, todo sería mucho mejor", dice, y planifica el fin de semana para llevar a los chicos a la República de los Niños y a su esposa a pasear por Buenos Aires. Porque amistad y familia, créase o no, van de la mano cuando el vínculo es auténtico y profundo.

Mateando junto al cráter
Dado que una amistad no se elige, no se decide, sino que se toma conciencia de ella cuando el hecho ya fue consumado, puede considerársela algo fortuito, muy lejano a aquel alunizaje histórico del amigo Armstrong. De haberlo sabido antes, bien le podríamos haber acercado a la NASA un equipito de mate para llevar en la Apolo XI. Debe ser apasionante sentarse a compartir unos amargos con bizcochitos de grasa sobre el suelo lunar, sacando los asientos del módulo espacial junto a un cráter y poniendo un CD en el autoestéreo, mientras se charla de bueyes perdidos, como viejos amigos.