Poligrafías
Pacientes pacientes


Hay una medicina que no figura en los libros:
la que escriben los pacientes en ese mundo de confraternidad
que es las sala de espera del médico.


"Ténganme paciencia; por algo a ustedes se los llama 'pacientes', ¿no?", solía repetir un viejo médico cuando alguien se le quejaba por el tiempo que debía esperar para ser atendido. Y es así: quien tiene paciencia es paciente, pero el diccionario dice además que un paciente es una "persona que padece física y corporalmente, y especialmente quien se halla bajo atención médica". Y agrega: "Persona que es o va a ser reconocida médicamente".

Quiere decir, entonces, que con paciencia o sin ella, todos somos "pacientes" en esta vida sembrada de consultorios médicos y salas de espera.
Porque es allí, en la antesala del consultorio, donde más tiempo pasamos los que concurrimos para ser atendidos por el médico, aquellos que somos "pacientes pacientes", es decir, los que con paciencia esperamos que nos atienda un galeno.


Una sala de espera suele tener un rincón con una mesita ratona, destinada a contener una variada cantidad de revistas viejas y rotosas: son, por lo general, revistas dominicales de los diarios o dedicadas al mundo del espectáculo y a los amores y desamores de los artistas. Pero al no ser las últimas ediciones aparecidas, puede ser que atrasen dos o tres romances de tal o cual personaje de la farándula. Así que si en algún momento nos distrajimos de la vida que muestran las revistas, ahí están los médicos, socorriéndonos con su literatura atrasada para ponernos al día.

Los consultorios y las salas de espera constituyen, en sí mismos, un punto de encuentro. Hay gente que se conoce de esos lugares y han trabado amistad sin necesidad de verse en otra parte. Hay conversaciones que llevan meses de duración, dado que se interrumpen cada vez que uno de los dialogantes debe entrar a la consulta, con lo cual deberá seguir la plática en su próxima visita médica.

Hemos conocido a un médico de PAMI que había impuesto simples reglas para fomentar la amistad entre sus pacientes: el primero en llegar ponía a calentar la pava y preparaba el mate. Y comenzaba a cebar siguiendo la ronda con los que iban llegando. Cuando le tocaba el turno, le pasaba la posta al siguiente, quien lo reemplazaba, y así sucesivamente. Nunca faltaba algún abuelo que llevaba bizcochitos de grasa, o alguna abuela que cocinaba una torta para compartir con el doctor y sus pacientes. Entre paciente y paciente, el facultativo sorbía un par de amargos y se metía algunos bizcochitos en el bolsillo del guardapolvo.

El clima es tema excluyente de las conversaciones entre los pacientes que esperan y las enfermedades, por supuesto, son también argumento para la charla. Hay personas que comparan los resultados de sus análisis con los de la persona que tienen sentada al lado, o cuentan con lujo de detalles las operaciones por las que ha pasado como quien cuenta su último viaje de placer. Mezcla de masoquismo y truculencia, quien no ha tenido en su vida una operación o un parto, se lo inventa para no quedar al margen de la conversación general, aunque todo intento es vano cuando alguno de los presentes se desabrocha la camisa para mostrar la extensa herida que le dejó la operación a corazón abierto a manos del mismísimo René Favaloro.

Medicamentos, remedios caseros, especialistas, dientes postizos y recetas de cocina se entrecruzan en los diálogos de manera fluida aunque no siempre fáciles de comprender. Y por último, claro, los velorios. "Tu abuela y la mía -reflexionaba años atrás Gabriel Lamanna-, aunque no se conozcan se tienen que haber visto en algún velorio. Si no se pierden ni uno"...

Cierta vez, un paciente se extrañó de la ausencia de una habituée de la sala de espera, y al comentarlo en voz alta, todos coincidieron en informarle que había muerto unos meses atrás. La especulaciones acerca de las causas del deceso fueron tan diversas que en la práctica sería imposible morir de tantas cosas al mismo tiempo. "¿Era soltera, casada, viuda o separada?", preguntó el hombre. Y al enterarse de que era soltera, expresó con naturalidad: "Ya me parecía que algo de eso era".

Lo maravilloso es, entre los pacientes escuchar los diálogos que van concatenando un tema con otro sin que entre sí tengan nada que ver. "¿Usted sabe, Carmencita? -le dijo un señor a la asistente del consultorio-. Ayer tenía turno con el doctor y me acordé recién a la noche, cuando me estaba lavando los dientes". "¿Ayer se puso los dientes? -se sumó desde la otra punta una viejita que al parecer, además de dentadura necesitaba audífono-. Después digamé dónde se los puso, porque a mí se me rompieron los postizos", completó atajando las palabras que se le escapaban entre un par de colmillos solitarios. Y así se impuso el nuevo tema que incluyó dentistas, mecánicos dentales y pegamentos para prótesis hasta que otro malentendido iniciara una nueva conversación.

Distinto es cuando el médico es pediatra. Ahí si, en las salas de espera abundan los juguetes y sus partes extraviadas, los chupetes ruedan por el suelo como bolitas y las mamaderas están prontas para saciar hambrunas pueriles. Llantos y gritos hacen casi imposible intercambiar dos frases al hilo y no falta la mamá que mientras con un brazo acuna a su bebé, con el otro le ayuda al más grandecito a hacer la tarea escolar.

Algunos años atrás, un querido colega acababa de ofrendar al cirujano-traumatólogo de la esquina de Cantilo y 7 el menisco de su pierna derecha, y cuando era trasladado desde el quirófano a su habitación, recibió la primera expresión de ánimo de parte de una ilustre desconocida: "A mi nieto lo operaron del menisco y estuvo quince días internado y dos meses con yeso". "¿Ves? A ese señor lo operaron de la rodilla por correr como vos", se sumó reprendiendo a su hijo una mamá que se debe haber sacado "0" en pedagogía.

Hace más tiempo aún, la abuela Renée avisó a su familia que se iba al hospital porque operaban a una tía, en una intervención de cirugía menor. Más eufórica que optimista, dijo: "Me voy al sanatorio, y hasta que no la entierren, no vuelvo". Afortunadamente no cumplió su promesa, ya que la tía en cuestión vivió al menos un lustro más, gozando de esplendorosa salud.

"Pacientes pacientes", decíamos al inicio. Sin distinción de edad ni color, pacientes de un profesional o de otro, de un consultorio o de otro. Pero todos, sin excepción, buscadores de un alivio, de una cura, del bienestar perdido por una afección que, lo sabemos, nuestro médico, el que más nos conoce, será capaz de remediar.