Poligrafías
Los dueños de la Historia


City Bell es una comunidad con una identidad propia, una idiosincrasia
que lo identifica, y todo ello está muy unido a su historia,
la que le pertenece a sus habitantes todos y a nadie en particular.


Cuando quisimos acordar, los 100 años de City Bell se nos colaron por debajo del alambrado sin que nos diéramos cuenta. Con la atención puesta en otros temas más urgentes, se nos pasó el tiempo y casi, casi, invitados y colados están ya sentados a la gran mesa del Centenario.

Es que parece que fue ayer cuando hicimos el gran abrazo al Batallón para proteger su verde cuando se decía que se convertiría en un barrio privado. Fue allá por los '90 y algo. Y el año pasado sufrimos una recaída, cuando casi nos mochan unas parcelas del área protegida para dar lugar a viviendas plan Procrear. Bienvenidas sean, dijimos entonces, pero por el bien de unos y de otros, busquémosles otro emplazamiento.

Fue en 2006 cuando denunciamos que se estaban robando en porciones el viejo aljibe, único testigo en pie, por entonces, del primitivo apeadero ferroviario erigido en la franja que queda entre el camino Centenario y las vías del ferrocarril, donde corta la avenida Pellegrini. De a poco vimos cómo se lo siguió ignorando hasta hacerlo desaparecer. Conclusión, en este cumpleaños secular del pueblo, del viejo aljibe -tal vez la construcción más antigua desde el trazado de City Bell- no nos queda la más mínima referencia en el lugar.

La avidez comercial nos está dejando sin el patrimonio arquitectónico mutando las primitivas casas de City Bell en modernos locales que albergan marcas y capitales tan efímeros como la moda marque. Y nadie desde el costado oficial -Municipio, Gobernación, por lo menos- parece inquietarse por lo que para los que queremos esta tierra es un cachetazo a nuestros antepasados, a nuestra propia historia.


Pensar que hace catorce años Osvaldo Fábrega, vecino de la calle 6, lanzó la gran idea de un museo a cielo abierto y una recopilación de la historia de City Bell. Un puñado de soñadores se sumó a acompañarlo en la aventura, pero ésta no llegó lejos: pocas personas conocían a Fábrega, un tipo que había pasado largos años de su vida con más horas en su trabajo que en esta ciudad que lo había recibido 25 años antes y a la que él le estaba tan agradecido. Un soñador que no le había robado las ideas a nadie y que pretendió -he ahí su pecado- pasar el plumero para sacar a la luz un pasado que lo teníamos ahí nomás. Pero no era alguien conocido, no frecuentaba el ambiente cultural local, y terminó vendiendo cara una derrota cuando ni siquiera buscaba competir.

Desde que en 1981 iniciamos nuestro caminar por el periodismo local con la recordada revista Comienzos, fuimos descubriendo y conociendo más a nuestra comunidad. En ese trajinar a lo largo de los años y de las diversas publicaciones de las que participamos, en aproximaciones varias a una y otra institución, pero sobre todo en el diálogo cotidiano con el vecino, el comerciante, o el mero encuentro casual con cualquier habitante comarquino, supimos que City Bell es una comunidad con una identidad propia, una idiosincrasia que lo identifica, y que todo ello está muy unido a su historia. Historia que, estamos seguros, no tiene un dueño sino que pertenece a todas y cada una de las personas que la hicieron y la hacen. La historia de una comunidad, dijimos muchas veces, se hace de la suma de las pequeñas historias de sus habitantes; historias que interactúan entre sí dando de esta manera forma a la historia mayor.

La agenda de festejos y los festejos mismos tendrán la facie y el barniz colorido de un festejo que en esencia debería abarcarnos a todos. Para quienes nacimos aquí, festejar el siglo de vida de nuestra ciudad es como festejarle el cumpleaños a nuestra mamá. Queremos sentirnos abrazados en ella, todos juntos, sin rencillas, sin distingos, sin rencores ni envidias. Como debe ser en toda familia, grande o pequeña, pero familia al fin.