Un Sentimiento
Mitología de pueblo


Los cuentistas populares son afectos a los cuentos de opas.
Los toman no como una burla sino como integrantes de una sociedad
que a menudo los margina porque se resiste a ver reflejada en ellos a una parte de sí misma. Pero no siempre se trata de personajes indeseables.
Son parte de la vida de la comunidad y, por lo general,
saben ganarse el afecto de los demás.
En City Bell tenemos a los nuestros y, como muestra,
aquí va un puñadito de los destacados



Nadie podría pensar que el pueblo se acaba alrededor de uno. Por más que cada quién se relaciona con una mínima parte de los habitantes de su comunidad, no es dable pensar que la estructura social de la misma se acabe en su entorno. Considerarlo así sería una barbaridad. Y no simplemente porque debe existir una conciencia social que nos haga pensar en el prójimo, sino porque todas y cada una de las personas que habitan una localidad hacen a su idiosincrasia, a sus características, a la riqueza de su vida que, cuantos más años pasan, más se mezcla con la leyenda y la imaginería.
Es así como se van gestando cuentos y anécdotas que uno no acaba por saber si son ciertas o fruto del dicharacherismo popular. Lo que resulta indiscutible es que en cada pueblo existe al menos uno de esos personajes a los que se les atribuye el protagonismo de una muy vasta serie de acontecimientos y cuyas características se van deformando por la misma tradición oral.


Ancianos y veredas

Don Lisandro Marchessotti ha sido uno de los primeros habitantes quinteros de City Bell; y su familia, una de las más recordadas. El abuelo, aún en sus últimos años de su vida longeva, era afecto a concurrir cada mañana a tomarse una copita al bar de Cantilo e Intendente Silva, ubicado a menos de una cuadra de su casa, sobre la misma vereda. Vereda que, por despareja, no amilanaba las ansias de don Lisandro que debía transitarla con la ayuda de su bastón ya que, por sus años, apenas despegaba los pies del piso. Contaba por aquellos años el almacenero del barrio que el viejito tardaba unos treinta y cinco minutos en cubrir esas pocas decenas de metros entre su casa y el bar. Pero no había mañana en que faltara a la cita.
No por casualidad, estos personajes son o fueron en su mayoría ancianos. Luis Tobías Büchele recuerda con frecuencia a "el viejito Duzzo", cuyas largas horas sentado en la cuadra de Cantilo entre 4 y 5 lo habían convertido ya en parte del paisaje. Por aquellos años funcionaba allí la Delegación Municipal y Duzzo acostumbraba sentarse en la parecita del frente a ver pasar la vida. Nadie supo bien por qué designio de la Providencia, el viejito había abandonado el lugar en el momento en que la vecina de enfrente tomaba sus primeras lecciones de manejo al volante de un Ford T... que salió disparado derribando la mampostería sobre la cual el anciano depositaba su figura.

El sastre eléctrico y Pepeco

Martín Adjemián es un actor que no pocos reconocen en la televisión. Su padre fue un querido personaje de nuestra localidad que supo tener una sastrería en la misma cuadra a la cual acabamos de hacer referencia. Parece ser que con el tiempo, don Adjemián decidió cambiar de rubro y en el mismo local instaló un comercio de artículos de electricidad y así no más, como venía, en el mismo cartel donde decía "sastrería", agregó debajo la palabra "eléctrica". De este modo, City Bell se convirtió en la primera localidad -y posiblemente la única- en contar con un "sastre eléctrico" en su colonia de comerciantes.
"Pepeco" fue, sin dudas, uno de los más recordados personajes de City Bell. La gran mayoría de los residentes de nuestra ciudad debe recordarlo y para los que no, simplemente diremos que era amigo de todos, aunque con un carácter difícil de congeniar. Nunca supimos sus verdaderos nombre y apellido ni su edad y su figura malformada a bordo de un triciclo que él mismo hacía avanzar con dificultad accionándolo con las manos, se pasea aún en el recuerdo tal como antes lo hacía por las calles del pueblo; sin importar la hora ni el taponamiento de tránsito que provocaba el hecho de que transitara por el medio de Cantilo a la hora de los bancos o de entrada y salida de las escuelas, por ejemplo. "Pepeco" ganaba su pan vendiendo cigarrillos y para eso tenía sus paradas fijas en esquinas estratégicas. Su madre no era menos personaje que el hijo, con su cabello blanco y su larga trenza que le llegaba hasta la cintura, solía salir a buscarlo a avanzadas horas cuando sus charlas con "los muchachos" -rayanas con la incoherencia- demoraban su regreso a casa. "Pepeco" es ya parte de nuestra mitología, aunque no es mucho más lo que hemos podido averiguar de su vida. Agradeceremos a quien nos acerque datos e información sobre él, porque creemos que el personaje se merece una crónica aparte.

Flower power

"El loco de las flores", o "el loco de la sonrisa" es otro habitante de esta galería de notables de City Bell. Puede vérselo rondando la esquinas de camino Belgrano y 11, con su pelo casi rapado, un arito en la oreja, ojos claros y una sonrisa a flor de labios las veinticuatro horas del día. Solía llevar en sus manos una bolsa o una caja con flores no siempre frescas que ofrecía a los transeúntes por pocas monedas. Dialoga con el aire y su sonrisa se torna carcajada con una frecuencia que hace recordar la canción de Serrat cuando dice "se sonrió con razón como lo hacen los bobos sin ella", en referencia a quien que dice haber sido feliz. En el último tiempo, se ha aquerenciado de un changuito de supermercado, al que ha dotado de una sombrilla y una bocina. Y aunque casi nunca tiene ya flores, nole falta la sonrisa para agradecer las monedas que oos viandantes depositan en su mano estirada.
Cerca de él, con menos cara de felicidad posiblemente por estar más inmersos en la realidad, tienen su parada los vendedores de chipá, ese pan de mandioca y queso típico de las provincias del noreste argentino. Con tonada guaraní ofrecen la pieza amasada a un peso la unidad, prolijamente envuelta en polietileno. Con envidiable maestría llevan sobre su cabeza una canasta redonda con la mercadería en oferta en lo que parece un efecto más de la globalización tan en boga en el mundo de hoy.

El hombre de Peñarol

Wálter Bengoa es todo un precursor del Mercosur. En las últimas décadas trabajó en Paraguay, en el sur del Brasil y en Argentina en trabajos diversos. Aunque se hizo muy conocido en City Bell como empleado en una estación de servicio. El lector automovilista lo ubicará más si se lo presentamos con su apodo, creído por muchos como su verdadero apellido: "Peña", un tipo siempre de buen humor, nunca apurado y un enloquecido por los chicos. "Que le vaya bonito y gaste poquito" era una despedida habitual para el cliente, en tanto otras de sus muletillas cuando le preguntaban cómo estaba era contestar "de primera y mejorando", cuando no salía con su "diez puntos más el IVA". Fanático del equipo de fútbol uruguayo Peñarol, desde siempre le valió el apodo por el que lo llaman hasta sus familiares. Un tipo mayormente querido y conocido, que difícilmente pagaba boleto en el colectivo: no había chofer o inspector de línea que no lo conociera y lo quisiera. Antes de cambiar de patrón, prefirió cruzar el río y volver a sus tierras. El físico castigado le estaba dictando una nueva respuesta: "ando como puedo, no como quiero ni como debo".

"Peña" Bengoa,
10 puntos más el IVA
...Y todos los demás