Un Sentimiento
Cada día nos queda menos


Tal como lo temíamos, el aljibe casi centenario que perteneciera a la primitiva estación de trenes de City Bell está siendo
desguazado y robado.


El teléfono sonando el domingo 26 de noviembre de 2006 a la mañana acabó por despabilar el sueño del cronista. La voz desde el otro lado de la línea decía ser la de un historiador aficionado, venido desde Rosario en busca de datos históricos sobre el tendido ferroviario entre Constitución y La Plata. Y alguien le había pasado el dato de que el escriba estaba en el asunto de la historia, si no de los trenes y las vías, al menos de City Bell.

Sin saberlo ni el uno ni el otro, la consecuencia inmediata del llamado sería la comprobación de la desidia y el desinterés de las autoridades correspondientes respecto de los sitios y los objetos que hacen a la historia de City Bell. Lo que mucho nos hemos temido desde hace largos años, está sucediendo finalmente, y en pocas horas íbamos a comprobarlo in situ y de visu, como dirían los jurisconsultos y los hombres de leyes.

Estos tipos ferroviarios

Quedaron en encontrarse esa tarde a las 17:00. Y con una puntualidad digna del viejo Ferrocarril Roca, el aficionado a los trenes se hizo presente en el café cuando ya casi daban las 17:30.

Este cronista ha conocido algunas personas del ambiente ferroviario, sobre todo gente que por tradición familiar ha trabajado o trabaja en empresas del rubro o en organismos residuales de cuando el transporte del riel era estatal. Y porque tiene en un rincón de su corazoncito algo de romántico y nostálgico, siente cierta atracción por la historia y la idiosincrasia de las vías y los durmientes, del vagón y la locomotora. Y siempre le ha llamado la atención a uno esa pasión -de los ferroviarios, los trabajadores, los viajeros o los aficionados al ferromodelismo- por todo lo que tiene que ver con la actividad. No queremos pensar lo que sería si los trenes anduvieran bien, fueran eficientes y estuvieran en condiciones.


Mario Angueira -tal la identidad del rosarino visitante y apasionado- desplegó sobre la mesa y entre los pocillos de café los borradores de su trabajo, específicamente los textos referidos a City Bell y su estación ferroviaria porque, aclara, por sus vínculos familiares y afectivos con el pueblo, ha decidido que publicará un cuadernillo de pocas páginas historiando los avatares de esta estación que supo llamarse Enrique Bell allá, hacia los años '50. Enrique Bell era un ingeniero que mucho había hecho por los ferrocarriles cuando la empresa aún era propiedad de los ingleses, pero paradójicamente no pertenecía a la familia fundadora de la localidad o, por lo menos, no guardaba con ellos un parentesco cercano.

Un apasionado en la vía

Angueira pudo aclarar algunos puntos turbios en su investigación, pero seguramente es mucho más lo que el cronista no supo informarle, simplemente porque en nuestra investigación periodística sobre la historia del pueblo no hemos profundizado demasiado en los orígenes de los rieles y la estación citybellenses.

Orgulloso con su chomba ostentando las siglas del Nuevo Central Argentino -el ramal privatizado que tiene como punto neurálgico la ciudad de Rosario-, Mario mostró además las fotos que tomó de la estación City Bell, de las vías principales y las secundarias (las conocidas como "vías muertas"), y algunos otros detalles de las instalaciones -con sus pestilentes baños incluidos- que el cronista, bastante lego en el tema, jamás habría descubierto de ese sector de su comarca querida.

Avanzando que fue el reloj y agradecida que fue la invitación por el café, el escriba propuso al visitante dirigirse a dos puntos de interés histórico para el pueblo: la primera casa construida -"acá en la esquina, nomás"-, y el aljibe del primer apeadero ferroviario que tuvo City Bell, a escasas dos cuadras de la actual estación (a la altura del Camino Centenario y Pellegrini) y que data, según algunas informaciones, de 1915.


El mítico jagüel

Un año antes el cronista se había metido entre los matorrales que rodean las ruinas del jagüel junto a su cuñado, un gran tipo entusiasta por las cosas viejas que se propuso, en algún momento, reconstruir y preservar para la posteridad aquel testigo de los primeros años de vida del pueblo. Así que tenía muy fresco el lugar exacto de su ubicación. Por eso le extrañó cuando mirando en lo alto, entre los cañaverales, no hallaba la estructura de hierro que tan grabada tenía en la memoria.

Después de un rato de andar entre cañas, cardos, enredaderas y otras yerbas, alcanzó a ver el cilindro de cemento que constituía el brocal. Pero para su desazón y tristeza, pudo comprobar que las barras de hierro que otrora conformaban la parte superior, habían sido seccionadas al ras y no hacía mucho tiempo: el óxido presente era muy fino y podía limpiarse con la mano, lo que denotaba su formación reciente.


Ambos pudieron observar que la estructura de hierro que corona el brocal estaba casi suelta, agarrada a penas con unos pocos centímetros de material. Un poco de fuerza -no demasiada- alcanzaba para arrancarla y eso era lo que seguramente pensaban hacer los birladores anónimos de la parte superior.

Estamos hablando de una doble circunferencia de fleje de hierro de unos ochenta centímetros de diámetro el círculo mayor, con parte de un gozne un tanto deformado. En verdad, de las dos piezas concéntricas sólo queda una y media, lo cual indica que si alguna vez se decide la restauración del histórico pozo, algún artesano del hierro forjado habrá de poner manos a la obra.

Sabemos hoy que la pieza (que ha desaparecido ya de su montaje original) está a buen resguardo hasta tanto soplen vientos mejores y algún organismo, oficial o privado, decida hacerse responsable de la reconstrucción pertinente.

Alegato conclusivo
La experiencia nos recordó casos similares, a saber: la vieja casa de Cantilo esquina 7 constituye nada menos que el edificio fundacional de nuestra querida comarca y casi de milagro no ha sido reformada y modificada por la empresa de bienes raíces que la ha adquirido pocos años atrás. Las refacciones que se le realizaron no modifican sustancialmente su arquitectura y todo lo que se ha podido reciclar de sus materiales y carpintería originales, ha sido recuperado y puesto a nuevo, como en sus mejores tiempos. Pero así y todo, la casa está en manos privadas y no está contemplada en ningún plan de preservación del acervo cultural e histórico local.

Muy distinto es el caso del viejo tanque de agua corriente, contemporáneo del aljibe en cuestión. Es propiedad del ente residual de lo que fue la estatal Dirección de Obras Sanitarias de Buenos Aires, pero su estado es de franco y progresivo deterioro, aún cuando en el año 2000 el arquitecto Osvaldo Fábrega iniciara un expediente para que se lo incluyera en el patrimonio arquitectónico pasible de protección, más la propuesta de convertirlo en sede de un museo infantil interactivo. Ni Fábrega ni sus colaboradores supieron jamás del destino de la petición y la propuesta.

Ni la casa -con más de 170 años de antigüedad- ni los jardines circundantes que constituyeron el casco de la Estancia Grande que perteneciera a la familia Bell, son de uso ni acceso públicos, y nadie puede negar que constituyen el embrión de lo que hoy es la identidad de la creciente localidad citybellense.

Y como si estos ejemplos no bastaran, dejamos para el final la controvertida cuestión de la nomenclatura de las. Lo que para ciertos funcionarios no reviste más significado que el de un caprichoso ordenamiento numérico, para quienes nos sentimos parte de esta comunidad constituye, como la preservación de las viejas construcciones -llámense casa fundacional, torre de agua corriente o primitivo aljibe de apeadero ferroviario- territorio inalienable donde reside parte de la historia y de la identidad de esta comunidad que lleva por nombre City Bell.

Cada vez nos queda menos. No vaya a suceder que una mañana cualquiera, nos demos cuenta de que ya no nos queda nada.